Opinión
Una hoguera más
Lo que nos cambia el paso del tiempo
Una hoguera más como símbolo de vida y de deseo de verano; pero, sobre todo, de retorno a lo que nos identifica como individuos y también como pueblo.
El paso del tiempo nos cambia, sentimos que ya no somos los mismos; pero hay algo que permanece: el recuerdo en el crepitar de la noche cuando logramos regresar a lo que fuimos, a la felicidad de aquellos días sencillos y sin complicaciones, a la playa, a las olas o simplemente a contar las nubes despreocupadamente.
A veces se vuelven más numerosas las ausencias que las presencias, vivimos escuchando el eco de tiempos pasados; pero es en esa aceptación de lo efímero cuando sentimos la existencia con total intensidad.
Es por ello que regreso a la hoguera, porque citándome a mí misma, quiero, una vez más, alcanzar el reino de las pequeñas cosas, que aún hoy siguen siendo necesarias como pocas: la sonora carcajada de un hermano, los nombres efímeros de los perros que nos acompañaron, los pleamares rebeldes y blancos, las bicicletas oxidadas, el salitre, las cabezas empapadas por la lluvia, las carreras de caracoles o cangrejos, pan y chocolate, balones extraviados, Cenicienta o Pinocho bajo la sombra de los árboles, la canasta desvencijada, la frase mágica y prohibida, porque con ella siempre encestaba; fantasías sobre espíritus en casas grises, el canto de la tórtola en el limonero, el jugo silvestre de las moras machacadas, la brisa con aroma de manzanos…
Regreso porque la luna, los astros, las llamas ascendentes se han confabulado para que la felicidad y la pérdida imperen, compartidas, durante la noche junto a la hoguera.
Y cuando por un instante cese la algarabía, y, solo se oiga el silencio, antes de que la oscuridad se vuelva incandescente y purificadora, también los que se han ido, regresarán a nuestros pensamientos.
Regresamos a Arnao en el día de la hoguera, pues, aunque estemos lejos, sabemos que los amigos, los pinares, los sanjuaninos, el canto de los grillos, el viento, nos reclaman, siempre, como parte indisociable de nosotros mismos.
Acudir a la hoguera es, además, un reconocimiento de que, aunque seamos uno, también somos diversos y eso lo sentimos de una forma más clara esa noche plena y perfecta en Arnao, en el pueblo.
Regreso para observar, casi amaneciendo, la armonía de las rosas iluminadas por las llamas. Y, las olas y el fuego; y las estrellas y la brisa; y el fuego y las olas.
Y casi amaneciendo, una vez más: el fuego.
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