Opinión

El narrador de Aluche

"Los brutos" comienza en la boca del escenario: una colección de telones como toldos de urbanizaciones del Desarrollismo ocultan el escenario en el que se va a desarrollar, tras el prólogo, el drama que Roberto Martín Maiztegui ha embolsado en sus alforjas . Se trata de la última función del ciclo de primavera del EscenAvilés, del espectáculo que da vacaciones al teatro Palacio Valdés.

Cuando esos telones verdes se alzan, la acción pasa a las calles de Aluche –que es un barrio de Madrid–, que es sugerido por una gran maqueta diseñada por Mónica Boromello: teatro urbano, realismo de los dos mil ahogado en el mar de la autoficción y el metateatro. Y así todo el rato: un poco de "Las tres hermanas" (las que se quieren ir a Moscú, el que se quiere marchar del barrio), un poco de la deliciosa "El tratamiento", de Pablo Remón (se estrenó en Avilés en 2018) y rupturas de la cuarta pared o el "Verfremdungseffekt" de Bertolt Brecht: lo del efecto de distanciamiento para evitar la catarsis, o sea, el reconocimiento de los hechos que se representan en la función. Y un narrador que no deja de narrar todo el tiempo. Y venga a narrar en una función de teatro como si fuera una novela.

O sea, que a "Los brutos" se le notan las sisas y no pasaría nada si esas sisas formasen un vestido de fiesta real. Menos mal que el reparto se entrega hasta el final para habitar ese barrio de Aluche que busca ser el universo entero al que el fracaso llama a la puerta en forma de repartidor de Glovo. La producción es del Centro Dramático Nacional (estuvo en el Valle-Inclán de Madrid, en Lavapiés, hasta el domingo pasado). Martín Maiztegui escribió la obra en la cantera del nuevo teatro que fue el fenecido Pavón Kamikaze. Material había.

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