Opinión

Las golpeadas cuentan

Lo importante que hay en “Lazarillo de Tormes” es que los pobres, los golpeados, pueden gobernar sus propias historias. Esa idea es la que Eduardo Galán lleva a “La Lazarilla”, el espectáculo que, dirigido por Carla Nyman, se estrenó antes de anoche en el teatro Palacio Valdés.

Dos actrices -mujeres, de cierta edad- montan su propia historia, la del pícaro que en realidad es una pícara.

Galán traslada en su versión femenina buena parte de las aventuras del original de los Siglos de Oro a la escena para mantener la fidelidad con el clásico. Así es que salen el ciego, el clérigo, el escudero, el buldero y el arcipreste; esta selección de explotadores (se quedan fuera el pintor, el fraile y otros cuantos) resume el motivo central de la novela: los pisoteados pueden salvar sus propias vidas con argucias y renuncias a cosas tales como la honra y todo eso (el pícaro, el que escribe la carta, es pregonero, pero también un consentidor).

Sucede, sin embargo, que Lázaro, es Lázara, es decir, el hombre golpeado, es una mujer golpeada. Y, aunque el espectáculo es una comedia, cabe pensar que esta circunstancia debería estar representada en la relación que la pícara va teniendo con cada uno de los amos. Aunque hubiera tantas pícaras como pícaros, aquellas estaban aún más abajo que estos. Precisamente por ser mujeres.

Pepa Pedroche se encarga de dar vida a todos los amos y Soledad Mallol, a la pícara. Pedroche se luce con los cambios de escena: la escena del cerrajero es desopilante. Soledad Mallol mantiene una línea que, porque cuenta una historia en la que pasa el tiempo, debería evolucionar, pero eso, a lo mejor no es cosa suya y tiene más que ver con la directora. La primera función de antes de anoche empieza en Avilés un recorrido que terminará dando de sí. El público que se plantó en el Palacio Valdés quedó conquistado.

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