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Opinión

La era de la superficialidad

En los últimos años, la creación de contenido en plataformas digitales ha cambiado significativamente desde su popularización en la década del 2010. Las redes sociales se han profesionalizado, y la autenticidad se ha convertido en un riesgo laboral. Esto ha terminado por atrofiar la vinculación emocional hacia los creadores porque continúa favoreciendo ideas impersonales, orientadas a alcanzar el mayor número de audiencia. Creadores que ya no quieren expresarse, sino enriquecerse, y cuyos perfiles atienden a proyecciones de lo que queremos ser, porque hemos dejado de buscar entretenimiento para ansiar estímulos, y no hay nada más estimulante que la necesidad. Somos producto y cliente, un influencer nos fascina porque su imagen “vende” mejor que la nuestra, lo que lleva a preguntarse ¿qué tienes tú que yo no? y la ausencia del vínculo y la prisa parecen señalar las razones materiales, que podemos ubicar de un solo vistazo. Ahora que el consumo es identidad, contemplamos una sociedad estéticamente maximizada que cuantifica y almacena todo lo que es necesario conversar para conocer. Nos estamos adaptando a la nueva comunicación, inmediata, emocional y visual, que prioriza el impacto por encima de la explicación, e intentamos concentrar nuestro discurso para que pueda resultar atractivo, degenerando el deseo humano de ser escuchados en promoción, y el anhelo de pertenecer en la búsqueda de validación. El acto de “ser” no nos satisface si no es productivo, ¿para qué vivir si otro no lo contempla? Hemos perdido el sentido de la permanencia.

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