Será una jornada gozosa. Se acercará -sin palmas del desierto ni ramas de laurel del huerto de «entecasa»- al día en que Jesús de Nazaret, a lomos de una borriquilla, entraba en Jerusalén. Dicen las Escrituras que fue recibido con fervor y alegría aunque, poco después, lo crucificaría la misma multitud. Así son las miserias de los hombres. Será -tal vez- como aquel encuentro del hijo de María y de José, el carpintero, con la Samaritana delante del pozo de Jacob. Jesús de Nazaret le pidió de beber y Él, a cambio, le dio para siempre el agua de la vida.

Algo similar harán, pasado mañana sábado, los cofrades salenses de la Virgen del Viso con los hermanos teverganos, hijos de su hermana la Virgen del Cébrano, venerada, desde hace siglos en las laderas de Sobia. Los recibirán con júbilo y afecto y les darán a beber el agua de la amistad entre plegarias y cánticos. Del hermanamiento nacerán vínculos y proyectos con labores de ayuda y de socorro; experiencias y actividades que tendrán como nexo la sonrisa mariana. Por junio, Carmen -la guapa moza de Torazo, en Cabranes- se unirá también con sus cofrades y será la tercera hermana de una familia unida para siempre.

Yo oí hablar de Salas cuando era muy niño. Vivía, en aquel entonces, en la buhardilla de la Casa Consistorial tevergana donde había nacido al son de una campana y de un péndulo que fue marcando mi vida. Recuerdo a un hombre de finos modales que todos los años llegaba al concejo para recaudar el dinero de los lugareños; creo se llamaba Joaquín y venía sobre una enorme moto denominada la Motosacoche. Muchos años más tarde conocí a un hombre bueno que la gente se empeñaba en llamar Segundo y era director de una entidad bancaria. Pues no. No era el Segundo. Fue siempre el primero en amabilidad y trabajo para el pueblo con aquella sonrisa siempre prendida de los labios. Él y su esposa Mari dejaron un grato recuerdo. Ya no hay campanas, ni péndulos y los buenos amigos se fueron. Queda el dulce sabor de la melancolía.

Hermosa jornada -vive la Virgen- la que se presenta. En verdad que la fe mueve montañas. ¡Salve María!