San Martín (Teverga),

V. DÍAZ PEÑAS

Dice Ryszard Kapuscinski, considerado por muchos el mejor reportero del siglo XX, que el auténtico periodismo es el «intencional», el que aspira a producir algún cambio en el mundo. Éste es el tipo de trabajo que desde hace cuarenta años lleva desarrollando Celso Peyroux, sin duda uno de los más grandes corresponsales que hayan parido los Valles del Trubia. Cuatro décadas y casi siete mil trabajos avalan su experiencia en éste y otros frentes en los que, además de informar, formar y entretener, ha demostrado su carácter humanista, peleando por un mundo mejor. Todo ello en una zona rural marcada por la minería y su cierre y en la que apenas existían las comunicaciones. Era mayo de 1968 cuando Celso García Díaz, conocido por Celso Peyroux en homenaje a la familia con la que vivió durante un tiempo en Francia, comenzó su andadura como periodista. Eran tiempos difíciles y ahora, después de toda una vida, el tevergano mantiene ese espíritu de poeta rebelde e indisciplinado que siempre le caracterizó.

Hijo de Celso el albañil y nacido en San Martín en 1944, Peyroux estudió en su concejo natal para marchar en 1962 a Francia siguiendo su espíritu aventurero y con el deseo de conocer nuevas culturas. Pasó unos años aprendiendo francés y trabajando en diversos lugares, para retornar a Teverga en el año 1968. Fue cuando comenzó su andadura como corresponsal en LA NUEVA ESPAÑA gracias a un impulso vital: dar a conocer un acontecimiento que marcaría la historia del concejo, y el suyo propio. En febrero de este año de revoluciones se decía que un joven pastor conocido por Mino había descubierto unas pinturas rupestres en Fresnedo. Vinieron a verificarlas y se concretó que se trataba de pinturas de la época del Bronce. «Recorrimos los cinco abrigos, tomamos fotografías y redacté el hallazgo en la Pluma 26-Oliveti. Envié el original y los carretes por la línea de viajeros a las cinco de la tarde. Cuál fue mi sorpresa cuando al día siguiente, 5 de mayo, apareció publicado el trabajo en LA NUEVA ESPAÑA», recuerda como si fuera ayer.

A partir de ahí, todo fue «in crescendo». Iniciado en las letras, poeta y escritor de cuentos, necesitó fuertes dosis de esmero para adaptarse al lenguaje periodístico y para salir airoso de la censura de la época franquista. Peyroux amplió sus estudios en Madrid y en Francia y retomó la corresponsalía en 1970, tras trabajar en un reportaje sobre el futuro de Teverga. Comenzó una época en la que Luis Alberto Cepeda, Paco Arias y otros tantos dejaron grabado en el tevergano una profesión que, a día de hoy, Peyroux sigue desarrollando con el mismo entusiasmo de antaño.

Hasta la «zona cero»

Como recuerda el veterano periodista entonces los medios no eran los de hoy en día. «Tenía que estar donde se produjera la noticia bebiendo de distintas fuentes. Escribía a mano y luego en una máquina. Tomaba imágenes con una vieja cámara de fotos, redactaba en Teverga y luego lo enviaba por la línea de viajeros, algún conocido o iba yo mismo a entregarlos. Nada que ver con el texto "Zona cero" que envié desde Nueva York y que en un click cruzó cientos de kilómetros», señala Peyroux, destacando este escrito como uno de los más llamativos por todo lo que le tocó vivir en una corresponsalía rural.

En aquellos tiempos costaba trabajo enviar las primicias que surgían el fin de semana, de ahí que las comunicaciones fueran unos de los temas principales que abordó el tevergano. «Me volqué con la minería y con los problemas sociales como falta de carreteras, luz y agua. El éxodo rural y los pueblos marginados también fueron una temática habitual en aquellos años de corresponsalía», explicó Peyroux, rememorando la prosperidad de una comarca que él mismo acuñó como valles del Trubia hace más de 30 años.

La mina era entonces el motor económico de la zona. Como reconstruye el periodista, 530 trabajadores, 4.000 habitantes en Teverga y 400 niños en la escuela dibujaban un buen porvenir para la zona. Sin embargo, los problemas empezaron a surgir a finales de la década de 1960 y se recrudecieron en los 70 y los 80. «Fue una época convulsa con muchos encierros y en la que se perdió la esperanza. Teverga y los concejos vecinos lucharon denodadamente por evitar un cierre que sería inevitable. En 1992 se cierra la mina tras ser traspasada a un empresario leonés que hizo mucho daño a una zona a la que jamás volvió».

El periodista recuerda esta época como una de las más duras de su trayectoria y se emociona al releer reportajes como el de mina Mariquita y los encierros de San Jerónimo. Años difíciles en los que, además de informar, el periodista vivió como un vecino más la caída de la minería, que se llevó por delante los sueños de toda la comarca. A todo ello hay que añadir los últimos coletazos del franquismo, que hicieron que el periodista pasara por todos los cuarteles de la comarca por sus lucha contra la dictadura y a favor de las asociaciones vecinales.

Corresponsal inusual

Durante todos estos años, Peyroux no fue un corresponsal al uso. Fue enviado especial de LA NUEVA ESPAÑA en varios acontecimientos, como el naufragio del «Malaye» y la escalada de los murcianos al Urriellu por la vía «Sueños de Invierno». Compaginó su profesión con trabajos como técnico de turismo y amplió su currículum con estudios lingüísticos, históricos y culturales. Ha publicado 24 libros, es cronista oficial de Teverga, miembro del Real Instituto de Estudios Asturianos y siempre ha ido más allá de su cometido como corresponsal. Cuando se reestructuró la paginación del diario, Peyroux pasó a ser, además, columnista, noticiero permanente y plasmó algunos de sus viajes, como el realizado por el desierto del Sahara, entre otros.

Pese a tanto trabajo acumulado, el periodista tevergano sigue con la misma energía con la que empezó. No obstante, los años no pasan en balde y al ver viejas fotos no duda en exclamar «¡Era un guaje!». Ahora, a la espera de celebrar su 40.º aniversario como corresponsal, mañana, recuerda sus momentos más entrañables, como su trabajo sobre la jornada de caza del Rey en Teverga y cuando departió con su Majestad en la entrega de los premios «Príncipe». Tampoco se han borrado de su memoria la entrevista a Antonio Machín, aquel viaje a Saliencia en 1976, las conversaciones con José Aleluya -que se libró del fusilamiento al escaparse del pozo Tárano- y ese primer artículo con el que se unió para siempre con el periodismo.

No obstante, lo mejor de todos estos años fue la gente a la que conoció, «porque ellos fueron los auténticos protagonistas». Al echar la vista atrás, Celso Peyroux no se arrepiente de su actitud como periodista comprometido con el desarrollo, la convivencia, el respeto a la naturaleza y la paz. Afirma, como lo podría hacer también Kapuscinski, que lo que hacemos en la vida no se valora por el tiempo que dura, «sino por la huella humanística que va dejando al servicio de los demás». A seguir en la brecha.