Una sala de prensa con 600 puestos de trabajo da para mucho. Si está situada en unos Juegos Olímpicos puede esperarse mucho de todo: idiomas, pupitres, ordenadores, pantallas de televisión, reacciones de júbilo o decepción a en función de las competiciones. Pero lo que no me podía imaginar era que escucharía el "Cumpleaños feliz", con inconfundible acento argentino, al final de la jornada, poco después de que el fútbol español fuese expulsado del Olimpo.
Cuando la sala ya estaba a media asta, sobre las 11.30 de la noche (10.30 en Londres y media tarde en Sudamérica) y el nivel de ruido bajo mínimos, un periodista argentino se puso a cantar el conocido estribillo a su "queridisima hija" ayudado por la tecnología que le permitía ver, y ser visto, a través del portátil. Fue un toque revolucionario dentro de la discreción que predomina por aquí y que sirvió como factor de descompresión al final de una de las interminables jornadas de trabajo.
La anécdota del "happy birthday" vía Skype o similar viene a confirmar que detrás de este enorme montaje hay, simplemente, personas. Deportistas, entrenadores, árbitros, masajistas, voluntarios, periodistas que, cada uno a su manera, contribuyen a hacer de los Juegos Olímpicos el mayor acontecimiento deportivo del planeta. Mientras por Londres y alrededores van y vienen las medallas o las decepciones, en algún lugar de Argentina una niña recibió el mejor regalo de cumpleaños que nunca pudo imaginar.