Una malformación genética le trajo al mundo sin manos ni antebrazos. Pero a Gabriel Heredia, un peluquero de un barrio obrero de Buenos Aires, no le supuso un obstáculo para cumplir su sueño. Escucharlo hablar sobre su oficio da cuenta del desafío que tuvo que encarar para hacerse un hueco en el mundo del estilismo.

Un trabajo que aprendió de su hermano y que ha tenido que defender ante las dudas de algunos clientes. Aunque asegura que cuando ven el trabajo final "se quedan sin palabras".

Gabriel empezó con amigos y familiares pero la voz se corrió en el barrio y ahora tiene su propia cartera de clientes. Incluso ha participado en concursos profesionales de peluquería. Heredia afirma que nunca se sintió limitado por su condición. En una muestra más de que la lotería genética solo marca unos límites que cualquiera podemos romper con voluntad y destreza.