Homenaje a una saga familiar de ceramistas cangueses
Manuel y Marcelino son los guardianes de la cerámica negra de Llamas de Mouro: de 20 artesanos que había, ya solo quedan ellos
"Nuestro padre aguantó y se empeñó en que le diéramos continuidad", afirman los hijos y nietos de Jesús Rodríguez, que mantienen viva la tradición alfarera de la localidad canguesa

Arriba, Manuel y Marcelino Rodríguez, en la exposición organizada por «Tous pa tous». Abajo, Verónica Rodríguez, en su taller, y Raúl Mouro, con una de sus piezas en la exposición. | D. ÁLVAREZ/ LUISMA MURIAS
Jesús Rodríguez Garrido (1913-1992) se empeñó en que la tradición de elaborar cerámica negra en Llamas del Mouro no desapareciera. El pueblo llegó a contar a principios del siglo XX con una veintena de centros alfareros. Pero la llegada de la fabricación industrial llevó al cierre a todos, excepto al de Jesús Rodríguez Garrido.

Verónica Rodríguez en una foto de archivo. / Luisma Murias
Había heredado el oficio de su padre y de su abuelo y se resistió a dejarlo morir. Así que se erigió guardián del legado familiar, que también era el de toda una zona, con siglos de historia detrás. Además, se aseguró de que tampoco desapareciese con él y se encargó de que sus hijos se enamorasen del oficio.

Raúl Mouro en la exposición canguesa con una de sus piezas. / D. Álvarez
"Nuestro padre es el causante de que siga la cerámica en Llamas, aguantó y se empeñó en que nosotros le diéramos continuidad, igual que hicimos nosotros con nuestros hijos, porque es una pena que desaparezca", aseguran los hermanos Marcelino y Manuel Rodríguez, que aún siguen moldeando barro en el torno de Llamas del Mouro.
Mientras visitan la exposición organizada por la Sociedad Canguesa de Amigos del País "Tous pa Tous", en la que se repasa la historia alfarera de Llamas del Mouro, que es la de su familia, ambos reconocen que "vivir de la cerámica no es fácil, desde el principio es costoso obtener el barro, hay que recoger la leña, atender el fuego, la cocción”, a lo que hay que añadir la labor propia de trabajar el barro y crear las piezas.
A pesar de esa dureza, los dos han conseguido transmitir el legado familiar a sus hijos y se muestran orgullosos de ver cómo la cerámica está evolucionando con ellos. Verónica Rodríguez, hija de Manuel, se mantiene pegada a la tradición y desarrolla su trabajo como una alfarera de antaño, reproduciendo las piezas de siempre, además de ir adaptándose a los nuevos tiempos. "Mi corazón está en la cerámica”, señala y recuerda como su abuelo desde muy niña le hacía madrugar para pasar con él los días en el torno "quería que aprendiera el oficio".
Raúl Rodríguez, cuyo nombre artístico es Raúl Mouro, es hijo de Marcelino, y también continúa trabajando la cerámica, aunque en su caso no por la rama tradicional, sino que le ha dado un enfoque más artístico. Un trabajo que ha sido reconocido con el Premio Nacional de Artesanía 2024. "Intentamos honrar a la cerámica negra de la mejor forma que sabemos, que es trabajando duro y tratando de sacar colecciones buenas y de calidad", señala. Añade que en la cerámica "hay muchas posibilidades, se puede compartir una raíz común y luego desarrollar otros proyectos".
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