Opinión

Memoria de Ángel "Dupont"

En recuerdo del histórico corresponsal de LA NUEVA ESPAÑA en Cangas del Narcea

Al llegar a Asturias en el año 91, en plena guerra del Golfo, desconocía que en esta tierra a los “subpajarianos” nos apodaran cazurros. Semejante acepción hacia mi persona se la escuché por primera vez a Ángel Álvarez ,“Dupont”, corresponsal que fue durante tantos años de LA NUEVA ESPAÑA en Cangas del Narcea, uno de los concejos que más visité en mi época de reportero. Cabecera de una comarca, además, a la que profeso enorme cariño y apego desde esos años indómitos de bolígrafo y libreta por carreteras sinuosas, con un fotógrafo de compañero, casi siempre el malogrado Jesús Farpón, fotoperiodista de los de verdad, de los de pisar barro y abrir montañas a cabezazos, no de decorado de trampantojo ni cartón piedra.

Era llegar a Cangas, acudir a la droguería que Ángel regentaba, apañar unos reportajes y alguna noticia -era alcalde del concejo José Manuel Cuervo y su lugarteniente un jovenzuelo Fernando Lastra- y salir corriendo a reservar mesa en el Blanco. Yo creo que íbamos a Cangas con cualquier excusa informativa para cerrar la excursión en ese templo gastronómico, a ver que se traía Engracia entre manos, en ese pequeño anfiteatro de lumbres y fogones. Cuando el cachopo no era un plato popular, ya cocinaban hace más de treinta años en ese chigre uno relleno de setas que se deshacía en la boca, después de haber despachado un generoso plato de chosco y haber regado la espera con vino cangués, que por aquel entonces no es que fuera un caldo grueso: era absolutamente orondo.

De la mano de Ángel, un hombrón, un paisano de enorme talla física y humana, viví mi primera Descarga, esa ensordecerá explosión que reunía entonces todos los excesos, y una imponente moña de Fino La Ina; también la primera subida al Acebo, tierra santa canguesa; la visita al monasterio de Corias, monumento grandioso sumido entonces en el absoluto silencio; o a la alfarería de Llamas del Mouro que gobernaban las manos sabias, poderosas para moldear el barro, de Suso “el de los xarros prietos”. La memoria lleva a recordar varias etapas canguesas de la Vuelta a Asturias o a celebrar con los vecinos de la parroquia de Las Montañas la pérdida del aislamiento tras la apertura de la carretera de Trones a San Pedro, donde seguía sin llegar nítida la señal de televisión.

Resulta curioso que una palabra de origen árabe (cadzur) que significó en su origen “insociable”, haya hecho carrera más que en ningún otro territorio en aquel en el que los moros fueron derrotados. En justa correspondencia a que Ángel me llamara siempre “cazurro” yo apelaba a él siempre como “Dupont”, como si se tratase de un general napoleónico. Con semejante arquitectura ósea, que bien le habrían sentado al viejo corresponsal las charreteras, con alamares de oro o plata.

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