Opinión
Re-cordis
Aunque algunos no lo crean lo que somos ahora es reflejo de lo que fuimos en el pasado y por eso recordamos. Recordar es volver a pasar por el corazón, es cómo vestir de emociones esas imágenes, olores, sonidos de nuestra memoria. Mejor dicho, memorias.
Estos días he recordado muchos momentos con mi abuela a través de los olores, un poco al estilo de la magdalena mojada en té de Proust, de la obra “Por el camino de Swann”
Claro que tiene una explicación científica relacionada con la actividad del hipocampo que recoge las piezas de las memorias de la vista, los olores, los sabores, los sonidos y ya está preparado para montar el puzle cuando sea necesario y reconstruir los recuerdos. Pero Proust lo cuenta mucho más bonito claro.
A lo que iba, que me lío y me desvío, mi abuela era una mujer rara, peculiar, años más tarde comprendí y entendí muchas de sus rarezas. No tuvo una vida amable, en sus últimos años antes de la demencia y de la ausencia, su mente jugaba con ella como la vida lo había hecho antes y creo que sufría recordando.
Cocinaba muy bien pero no le gustaba nada que anduviésemos revoloteando a su alrededor por la cocina, éramos ocho infantes así que tampoco me extraña. Pero yo era, soy, muy necia y me encantaba todo lo que hacía con aquellas manos ásperas y arrugadas, creo que no pudo conmigo y consideró un mal menor tenerme cerca. Así que allí estaba yo metiendo las manos en la masa de las bollinas, haciendo rosquillas de anís, batiendo huevos para sus perfectos flanes, atando un hilo alrededor de la canela para que no se soltase nada entre el arroz con leche o la crema pastelera, aplastando con un tenedor las migas de pan con azúcar para la tortilla en dulce que le hacía a mi madre, remojando pan para las torrijas. Era peculiar sí, pero ahora sé que ella nos amaba de forma especial a través del cuidado que ponía en la elaboración de sus recetas.
Todo lo hacía sin medidas, una pizca de esto, un chorro de aquello, pones harina la que lleve, añades hasta que ya no lo pida, como si las masas hablaran, era un ritual casi mágico en el que yo tuve el honor de participar.
Por eso creo que, cada vez que reproduzco en mi cocina lo que aprendí, ella vuelve conmigo. El olor de la canela, el tacto esponjoso de la masa, el sonido crepitante de la flanera al baño maría me la devuelven y casi siento sus caricias ásperas, recuerdo su voz cantando coplas y su risa cuando la obligaba a bailar conmigo.
Estamos hechos de recuerdos que nos conectan con otras personas, pero también con nosotros, con lo que fuimos, con lo que somos. Los recuerdos son un lugar al que volver porque la nostalgia nos da calidez, nos lleva a un lugar al que pertenecemos, nos reconforta y nos permite continuar con nuestra identidad del presente, nos ayuda a creer que todo puede ir bien.
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