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Opinión

Cangas del Narcea

Un Planeta llamado “Reflexión”

Conocíamos hace escasos días al último y flamante ganador del codiciado premio Planeta. Es Juan del Val, más conocido por la mayoría de nosotros gracias a sus intervenciones televisivas que por la brillantez de su pluma, quien este año se lleva el mejor dotado de todos los premios literarios del mundo. Se levantaba en cuestión de horas un tsunami de indignación social y de mensajes cuestionando el mérito de un autor del que la mayoría no hemos leído ni tan siquiera un párrafo. Se extendía cuál reguero de pólvora un odio, un 'hate' que le dicen ahora, que no se basa en la mayoría de los casos en cuestiones literarias sino personales, ideológicas, políticas….  

No es este, ni mucho menos, un artículo en defensa de Juan del Val o de su novela. Tampoco en contra. El Planeta y su ganador son tan solo una excusa y esto que leen es más bien un artículo acerca de aquello que tan bien definió Alaska en su día como “criticar por criticar”. Criticar de manera voraz y despiadada la novela, la canción, la película o el proyecto de quien no piensa como nosotros, del que milita en otro partido, del que, hablando en plata, no es “santo de nuestra devoción”. ¿Hasta qué punto la libertad de expresión es lícita cuando opinamos de lo que desconocemos?

Por suerte o por desgracia… opinar es gratis y hoy en día tenemos más medios que nunca para opinar, cosa que, a priori, es positiva. Seguimos opinando en el bar, como toda la vida, opinamos en las cenas de Nochebuena, en nuestros respectivos trabajos… pero, y aquí viene el peligro, hoy en día se nos da la opción de opinar bajo el “anonimato” y la impunidad que nos proporciona el perfil de una red social o una cuenta de correo falsa. Cualquiera en cualquier momento puede, por ejemplo, poner una reseña negativa de un negocio sin que en la mayor parte de los casos se compruebe que esa persona ha puesto un pie en él. Y esa opinión, que antes solo escuchaban entre cañas cuatro amigos míos, llega a cientos (a veces miles) de personas y causa un daño de dimensiones impredecibles. Opinamos de todo lo opinable (y de lo no opinable también) en términos a menudo ofensivos y de un nivel de subjetividad terrible sin medir las consecuencias. Opinamos a veces desde el desconocimiento y otras desde el odio y en ningún caso eso puede generar un debate constructivo ni un ejemplo para las generaciones venideras a las que luego pedimos que no insulten, que no vejen, que no se rían de los demás…

Yo en este punto aprovecharía para invitar a todo el mundo a leer más. No a Juan del Val, al que yo particularmente voy a concederle el beneficio de la duda, en exclusiva. Leer el periódico (varios periódicos diferentes), leer poesía, leer entrevistas de expertos en investigación, leer más en general y opinar menos. No porque opinar en sí sea malo, insisto, sino porque cuando se opina tanto, tantísimo, y de tantos temas diferentes, normalmente es difícil que sean opiniones fundadas y objetivas. Porque leer confiere perspectivas nuevas y argumentos, lo que indudablemente contribuye a abandonar para siempre la descalificación gratuita y el insulto y nos permite orbitar en sintonía con los demás y no andar chocando constantemente como si fuéramos asteroides. Porque no lo somos. Y porque la pandemia nos iba a hacer mejores ¿recuerdan?

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