Hace unos días, no muchos, andábamos a vueltas con el modelo de gestión de la pobre cueva de Candamo porque el Alcalde del concejo en el que se encuentra quería, entre otras cosas, aumentar el número de visitantes a la misma. El criterio para exigir tal modificación no era otro que el de conseguir que pudiese entrar en ella «un autobús», esto es, cincuenta personas. El asunto no era menor, ya que tal requerimiento suponía duplicar el cupo asumido hace más de una década por causa del imperativo criterio de conservación de su importante arte rupestre.

Pues bien, dos meses después de aquello, retomamos el asunto de las cuevas. Ahora le toca a La Lluera, a causa también de las proclamas emitidas por un par de alcaldes, en este caso pedáneos, los de Caces y Las Caldas, acompañados en armonioso cántico por un concejal del Ayuntamiento de Oviedo, el de Medio Rural. Protestan porque el acceso a la cueva hay que hacerlo caminando «más de un kilómetro», lo cual es cierto, ya que La Lluera se encuentra exactamente en la orilla del río Nalón. El concejal Pereira dice que dicho camino es «molesto para la gente mayor» y los alcaldes Díaz y Soler sacan a relucir términos como «asfaltar», «coches», «autobuses», «acceso rápido y cómodo» y «mayor número de turistas». Con tales vocablos entresacados de la argumentación del trío podríamos construir la siguiente frase: «Es necesario asfaltar para crear un acceso rápido y cómodo que facilite el paseo a la gente mayor y permita la llegada de un mayor número de turistas en coches y autobuses». Esta sencilla operación gramatical es llamativa porque la oración resultante parece haberse convertido en «padrenuestro» de una serie de representantes municipales, entonado periódicamente, sin distinción de filiación política, en sus diversas versiones locales. En el caso que nos ocupa hoy, la plegaria aspira a materializarse no sólo en el asfaltado del paisaje rural, sino en la construcción de un nuevo puente sobre el Nalón, a escasos metros del que ya existe pero que desembocaría en la misma entrada de la cavidad. Semejante ocurrencia, ya antigua pero ahora desempolvada, propiciaría el cómodo y masivo acercamiento de visitantes a un sitio de apenas seis metros cuadrados y con muestras de arte rupestre paleolítico excepcionales en Europa.

Nuevamente volvemos a encontrarnos con los populistas argumentos del autobús y el turismo, curiosamente los mismos que esgrimía el alcalde de Candamo, e igualmente adornados con torticeras alusiones al Patrimonio Histórico. Si ese Alcalde calificaba como de «hecho histórico» la introducción de «un autobús» en la cueva de La Peña, los de ahora consideran que construir un puente sobre el río (para evitar al visitante la molestia de caminar más de un kilómetro) constituye un «beneficio para el patrimonio cultural de la zona».

Ante tal caos de sentido común, reconforta leer argumentos esgrimidos desde la reflexión inteligente y comprometida (A. de la Fuente, LNE 26-4-08), pero se echa de menos una toma de postura pública y valiente por parte de más voces intelectualmente autorizadas. Hay una gran mayoría de ciudadanos que entendemos que los bienes patrimoniales se pueden gestionar a partir de criterios respetuosos y sostenibles, sin tener que recurrir a la más que conocida depredación economicista interesada, que en el corto plazo sólo beneficia a unos pocos y, en el largo, perjudica a todos.

María González-Pumariega Solís

Oviedo