Recordatorio de recordatorios. El hombre que no sabe sonreír no debe abrir tienda.

Resulta que Gargantúa invertía su tiempo de tal manera, según Rabelais, que se despertaba diariamente entre las ocho y nueve, fuera día no día. Así lo habían ordenado sus antiguos regentes, alegando el dicho de David: Vanum est vobis ante lucem surgeren. Después se estiraba, se revolvía y pataleaba en la cama durante algún tiempo para sacudir la pereza animal, y se vestía según la estación; primero lo que más le gustaba era ponerse un ropón de lana gruesa forrado de pieles de zorro; después se peinaba con el peine de Alemania, que consta de cuatro dedos y el pulgar, pues sus preceptores le habían dicho que peinarse, lavarse y asearse de otro modo era perder el tiempo en este mundo.

Sobrada razón tenían los preceptores de Gargantúa, consejo que el arriba firmante lleva al pie de la letra. ¿Recordáis, amables lectores, que tiempo ha os confesamos, aquí mismo, que nosotros nos duchamos de quince en quince días, verbigracia, 24 veces al año? Y de peinarnos con el peine de Alemania, ni con ningún otro hace un siglo que no lo hacemos, así que ni nos acordamos...

Despedida y cierre por hoy (ayer, a las 08.00 horas exactamente, ya hecho pipí, afeitados y duchados). ¿Sabéis? Nos tocaba el chorreo sobre la cabeza, el pecho, las espaldas, la barriga, etcétera.

Érase una vez. Ah, en la tacita anterior tecleamos «cómo un hijo», pero el ordenador escribió «cómo tu hijo». Jolines, a este ordenador tendremos que mandarlo a la m.

The end.