Hola Herminio! Ya sé que te fuiste con tus ideales de socialista íntegros y ligero de equipaje, no te pude acompañar en tu último adiós por encontrarme fuera de Asturias.

Fueron tantas cosas las que nos unieron a lo largo de los años que me resulta difícil poder enumerarlas, pero si me quiero referir a tres de ellas. La primera es cuando asumiste en aquella asamblea clandestina celebrada en el bar de Pumarón junto al Sanatorio Adaro en Sama en el año 1958 la secretaría de la Federación Socialista Asturiana, todavía en estos años se vivían momentos muy difíciles para nuestro Partido Socialista y también para los comunistas y republicanos, a pesar de todo ello dijiste sí, después sufriste duras consecuencias, como también las sufrimos otros más en las manos de aquel represor llamado Claudio Ramos y sus compinches, pero a pesar de sus esfuerzos para que delatases a la organización no lo pudieron lograr y supiste guardar este silencio, incluso ante tus propios compañeros de la ejecutiva; tú eras consciente de que existían células socialistas por toda Asturias y que no éramos sólo cuatro afiliados, como algunos insinúan.

Segundo, cuando nos reunimos en tu casa con nuestro camarada Arcadio para hacerle el relato que figura en mi libro «La casa del hombre», guardo gratos recuerdos de este día.

Pero el momento donde la cercanía entre nosotros se hizo más fuerte, fue cuando te propuse para el homenaje y que tú te negabas a recibir y sólo logré convencerte cuando te dije: «Herminio, desde Madrid a Asturias no existe otro camarada que merezca un homenaje más que tú» ¿qué razones existieron para que este homenaje no se te hubiese hecho ya? En aquel momento tu reacción fue contundente y tenías tus razones para oponerte a recibir dicho homenaje, que al fin se celebró en el restaurante de El Urogallo en El Entrego el 18 de febrero de 2000. Te lo dije entonces y te lo repito en este momento, el camarada Emilio Barbón de Laviana fue el compañero que en todo momento más me apoyó para celebrar tu homenaje; los tres hablamos ampliamente de tantas cosas que habían sucedido a lo largo de aquellos difíciles años; lo prometí entonces y lo continuo prometiendo hoy, que todo pasaría a mis archivos y que sólo en una circunstancia especial lo publicaría.

Camarada Herminio, camarada Barbón: en estas amplias conversaciones me abristeis vuestras lúcidas mentes y os pude conocer, a pesar de que hacía tantos años que os conocía, sin falsos protagonismos y con toda la verdad de aquella difícil lucha que a muchos de nosotros nos atrapó.

Gracias, camaradas, por vuestra hombría de bien, gracias por vuestra lealtad y lucha.

Nicanor Rozada García

La Paré, Santa Bárbara