Dicen que el perro del hortelano cuidaba las verduras de su amo sin dejar que nadie las cogiese y, como estos animales son vegetarianos, él tampoco las comía, de modo que la cosecha se pudría sin que nadie sacase provecho de ella. En Mieres vive desde hace mucho el espíritu de ese perro, que como verán ha ido cambiando de aspecto y de nombre con los años. Como el espacio es breve, déjenme que les cuente alguna de sus actuaciones.

Lo vimos por vez primera en abril de 1985, cuando se asistía a la polémica entre quienes querían demoler el antiguo edificio de la Escuela de Capataces y quienes preferían su conservación para ubicar allí la Casa de Cultura de la villa. En aquella época, cuando la bajada en el número de habitantes ya empezaba a inquietar a los más nerviosos, un conocido constructor había ofrecido, a cambio de la autorización para levantar en aquel codiciado solar un edificio de viviendas, habilitar en la parte baja unas salas acondicionadas para este fin.

En la discusión terciaron asociaciones vecinales, entidades culturales y partidos políticos, defendiendo el valor histórico del caserón y poniendo sobre la mesa la evidencia de que, aunque el plan se cumpliese sin problemas, el resultado nunca iba a poder acercarse a lo que resultaría de una restauración adecuada.

En aquel momento triunfó la cordura, aunque la adecuación del edificio dejó tal colección de errores (escaleras de madera que llenaban de crujidos la Biblioteca, pasillos abuhardillados en el último piso por los que había que andar ladeando la cabeza, un minúsculo salón de actos...) que hubo que acabar reformando lo reformado. De todos modos, después tuvimos claro que si se hubiese hecho la permuta, Mieres se habría quedado sin este equipamiento.

La evidencia nos la dio el derribo en 1992 del Cine Capitol. Para tratar de no se consumase, se creó una plataforma, salida de una nutrida asamblea celebrada en el salón de la Caja de Ahorros, donde se eligió una mesa de la que formé parte junto a un representante del Centro Cultural y Deportivo mierense, uno de la AA.VV. de Ablaña, uno del Movimiento Comunista y otro de radio Parpayuela, ejerciendo como portavoz el cinéfilo Miguel del Campo. Aún recuerdo al alcalde Eugenio Carbajal acusándonos de «rompehuevos» y de desconocer el tema, asegurándonos que la ley exigía que en los bajos del nuevo edificio se levantase otro equipamiento similar: «otro cine, seguramente más moderno que el que se va a tirar»...

Evidentemente: no se hizo nada. Como tampoco se hizo nada en Oñón, cuando, por la misma época, el grupo MALL S.A. se ofreció a reconstruirlo, acompañando además la apertura de un nuevo estadio de fútbol a cambio de que le dejasen levantar un centro comercial en el Hermanos Antuña. Ya lo sé, nadie se acuerda de eso, pero la hemeroteca sí.

Aunque, donde el perro echó el resto fue para impedir el proyecto del Campus de Barredo. El 19 de septiembre de 1996, tres organizaciones políticas encabezadas por Agustín Casado convocaban el primer acto para constituir otra plataforma más amplia e iniciar el proceso que llevaría a su construcción. Al día siguiente, en el titular de la Voz de Asturias se leía: «Unánime rechazo municipal a los organizadores de las jornadas de debate sobre el campus», dando cuenta de que ni el PP ni el PSOE iban a enviar representantes, y el alcalde Misael Fernández Porrón tampoco iba a asistir ya que no se podía hacer responsable de «la actitud y las manifestaciones que han efectuado los organizadores tanto durante el acto de presentación de estos actos como en los folletos publicitarios editados al efecto».

El párrafo al que aludía era este «?En las últimas declaraciones del Ayuntamiento se sitúa el Campus en los terrenos del Pozo Barredo y sin embargo hace un año (fecha aproximada del plan urbanístico de Mieres) ya sabían que no podían contar con los terrenos del lavadero del Batán y no reservaron los del Barredo para este proyecto a pesar de que deberían saber que es la única solución para Mieres».

Finalmente, a pesar del boicot, unas 40 personas asistieron a las jornadas, que se celebraron los días 23 y 24 en el Instituto Bernaldo de Quirós y en las que se oyó resumir a alguien tan cuerdo como su director José Fernández qué era lo que se estaba buscando: «lejos de cualquier tipo de partidismo y sin entrar en ninguna polémica política? quienes no se enganchen a la defensa del campus o bien es que han perdido el norte o bien es que son unos ignorantes, que todo puede ser».

El punto de inflexión llegó para este asunto a mediados de diciembre, cuando dos miembros de la plataforma, Roberto Zapico y Francisco Javier Fueyo, fueron recibidos por el rector de la Universidad Julio Rodríguez que manifestó estar abierto al proyecto. Una semana antes, Antonio González Hevia, entonces secretario de la federación Minero-metalúrgica de CC OO había arrancado del ministro de Industria Josep Piqué la promesa de financiar la ampliación del campus local. El primer paso ya estaba dado y el resto, hasta llegar a la foto de la inauguración, ya lo conocen ustedes.

Aunque hay un lugar especialmente querido por el perro del hortelano que, por algún motivo desconocido, se esmera especialmente para que nadie pueda sacar provecho de lo que él deja pudrirse: la Casa Duró.

Cuando la dejaron sus últimos habitantes, de esto hace ya muchas décadas, vino el olvido, hasta que algunos nos empeñamos en una campaña para darle una utilidad cultural y de servicio al pueblo. En 1985, ante su estado próximo a la ruina, la desaparecida asociación Nimmedo Seddiago, pionera en la protección de nuestro patrimonio, envió una moción al Ayuntamiento, instando su compra, y poco después, su propietario Fernando Canga Rodríguez ofreció su venta por 3.600.000 pesetas de la época. La sorpresa llegó con la negativa de la Comisión de Gobierno en una lamentable decisión tomada en el pleno del 12 de noviembre de aquel mismo año.

Pero a fuerza de insistir, por fin se hizo la operación y en 1987 el edificio fue restaurado por los arquitectos Macario González Astorga y Rogelio Ruíz Fernández, quienes lo dejaron todo dispuesto para darle la vida que necesitaba, ampliando las salas de la primera planta e incluso pensando algunos espacios para la posibilidad, que entonces parecía factible, de que acogiese la magnífica colección de pintura del vecino Instituto Bernaldo de Quirós.

Luego, volvió el silencio, y por fin, el viernes 21 de mayo de 1999, la Casa Duró se inauguró, no con aquella exhibición permanente de pintura, tampoco con una muestra del patrimonio local, ni siquiera con una muestra de etnografía, imaginería religiosa u obras de artistas asturianos contemporáneos. Como en un chiste malo, abrió sus puertas con la exposición «Boomerang: Ecos de Australia». Desde entonces ese ha sido el perfil, desconectado de la ciudadanía que nunca acudió a sus salas y que la ha acabado colocado en los vórtices de la crisis.

Ahora se anuncia su cierre y la Asociación Cultural Santa Bárbara pide hacerse cargo de estas instalaciones, ofreciendo sus actividades y hasta el mantenimiento del edificio sin ninguna contraprestación. Lógicamente, el perro se opone, enseña sus dientes y una vez, sin presentar alternativas, prefiere la nada a las ideas.

La Casa Duró no es un edificio más. Ha tenido la suerte de haber sobrevivido a la piqueta que desde la segunda mitad del siglo XX está destruyendo sin prisas pero inexorablemente todas las señas de identidad de esta villa haciéndola irreconocible para los viejos y anodina para los jóvenes. Y a este carácter de superviviente une además la circunstancia de ser el edificio civil más antiguo con el que contamos. Tanto es así, que la primera referencia que tenemos sobre ella es del año 1689 y ya se trata de una reconstrucción, encargada por Fernando Álvarez Castañón Argüelles Vázquez, su tercer señor. Observen sus apellidos y vean que el hombre tenía las cuatro raíces en la Montaña Central; miren después el escudo que luce la fachada de la noble vivienda y lo encontrarán dividido en cuatro cuarteles con estas mismas armas:

No podemos retroceder ahora treinta años para volver a verla en ruinas. Mieres no puede permitirse más errores en el tema de la conservación del patrimonio. Puede tener un pase que haya quien se niegue a trabajar, seguramente por más vagancia que incompetencia, pero no lo tiene el que además trate de impedir las iniciativas de quienes sí quieren hacerlo.