La factura del kilometraje de sus señorías asturianas exige tomar medidas con carácter inmediato. Más nos valdría comprarles un piso en Oviedo, pegadito a la Junta General, o habilitar algún edificio desocupado a modo de colegio mayor para diputados regionales. Porque lo que estamos pagando ahora es un pastón. Debemos de tenerlos todo el santo día de acá para allá. Desconozco cómo se las arreglan para sacar tiempo y atender sus labores políticas.

Por otra parte, esos malvados comentarios sobre lo ficticio de los desplazamientos de algunos de nuestros queridos representantes, poniendo en duda que vayan y vengan tanto como dicen, lanzando el rumor de que cuando aseguran estar en el domicilio legal realmente están al lado, dejando caer que la auténtica motivación es el cobro de un dinerito extra libre de impuestos, carece de fundamento. «El que tenga hacienda, que la atienda», se dijo toda la vida. No hace falta que el diputado resida efectivamente en la localidad en la que está empadronado. Porque de algún modo habrá de desplazarse allí a comprobar el estado de sus propiedades. Y eso no lo va a hacer pagándolo de su bolsillo, que para eso estamos nosotros aquí. Y si se queda en Oviedo, que conste, es contra su voluntad, porque él, o ella, tiene un apego tremendo a su tierra. Y cada día que pasa lejos de su pueblín le supone una morriña espantosa. Y eso hay que compensarlo de alguna manera, con dinerito, por ejemplo, o con mimos, si encontramos voluntarios para dárselos. No es sólo el hecho del desplazamiento; es la sensación de desarraigo y soledad. De ahí que insista en la conveniencia del colegio mayor. A mí me fue bien. Allí nos concentrábamos todos los llegados de provincias y el sentimiento de destierro era más llevadero al estar rodeado de compañeros en idéntico trance. Además, esto de pasarse el día yendo y viniendo es un peligro. Hemos de crear la atmósfera apropiada para que el diputado se encuentre, si no como en casa, casi. Sin menoscabo de que, de vez en cuando, retorne a su pueblo, con los gastos pagados, por supuesto.

Hay que recortar, está claro, pero también hay que garantizar la calidad de vida del diputado. Pobrecico mío.