El periódico deportivo promociona una camiseta con el nombre de España abarcando toda la pechera. La reacción de los presentes es prácticamente unánime. A ver quién se pone algo así, qué espanto. Encabeza la negativa una persona que luce un logotipo con las barras y estrellas de la bandera norteamericana. Echo un vistazo a mi alrededor y veo unas cuantas enseñas de diferentes naciones cosidas y estampadas en las ropas. Nada que haga referencia a España. Ni banderas ni escudos, por supuesto.

Es una pena, pero seguimos sin superarlo, hay un sentimiento generalizado de vergüenza y rechazo de los símbolos españoles. Un ciudadano normal, si quiere evitar ser considerado un facha, no debe ondear la bandera constitucional. Puede hacerlo con la autonómica e incluso con la republicana, que en las manifestaciones -sean por el motivo que sean- goza de gran aceptación. El código de conducta sólo admite una excepción: los acontecimientos deportivos. Nada más. Y con mesura, que una vez terminada la competición lo correcto es recoger discretamente la enseña y guardarla lejos de la vista de la gente. Eso sí, puede pasear la republicana libremente, sin límite, cuanto más mejor.

Pero vestir una camiseta con el nombre de nuestro país, con sus colores o su escudo fuera de las ocasiones aceptadas, es como ir por la vida proclamando nuestro facherío, algo incompatible con la progresía y la vanguardia del pensamiento. Un español como mandan los cánones es libre de exhibir los símbolos que considere oportunos, a no ser que tengan relación con la religión católica o con nuestra nación. Eso está muy mal visto y su exhibición sólo es apropiada si se hace con propósito de burla y vejación. Entonces sí. Por eso también abucheamos el himno. Antes el anonimato que lucir esos símbolos. Que nadie nos reconozca por los colores de la bandera. Y aquellos que vulneren estas normas deben ser inmediatamente reprendidos al grito de ¡fachas, fachas! Y también ¡asesinos! Que últimamente vale para todo

Y no vean las caras de sorpresa que ponen los argentinos, americanos, franceses, italianos... al observar el comportamiento de los españoles con sus símbolos nacionales. Para ellos resulta algo inconcebible, una forma bastante absurda de ultrajarnos a nosotros mismos.