Segunda parte de la década de los cuarenta del siglo pasado. ¡Qué tiempos, señor! España se movía al son de la "música" que emanaba de las oscuras vías de la miseria, los rastros de la incivil y hasta el decomiso. Sin embargo, existían, en un medio olvidado y a la vez recordado rincón de la piel de toro -por aquello de las consecuencias de la Revolución del 34-, unas fuentes productivas que iban a paliar, en gran parte, las casi insalvables barreras de un círculo, que a modo de anillo, intentaba estrangular la supervivencia de una gran población. Aquí, en Asturias, intentaban sobrevivir dos hermosos valles, en su día generosos con su naturaleza pero, en aquella actualidad, hollados por docenas y docenas de agujeros que daban salida al oro negro de entonces, propicio para mantener las históricas factorías gigantes de la metalurgia y la siderurgia. Aquí estaba la bonanza minera del carbón, hoy defenestrada por otros vientos no muy certeros.

Era de esperar que aquello produjese reacciones a todos los niveles y desde el humano parió una especie de emigración masiva desde aquellas entonces provincias españolas más sangrantes. Extremadura, Andalucía, Galicia, incluso Portugal, por supuesto desde distintos puntos de la propia región asturiana y de pequeños núcleos rurales cercanos a las villas y centros de producción. Y las cuencas del Nalón y Caudal se convirtieron en un hervidero de gentes, primero los cabezas de familia y, posteriormente, el resto de la prole. Para ello había que habilitar espacios suficientes donde recoger el material humano que habría de arrancar el rico mineral de las entrañas de la tierra y parir el acero necesario. Así nacieron las barriadas mineras u obreras y, como por encanto, la discriminación social, entre las buenas gentes de los núcleos urbanos (herencia histórica), y los de las "sequías", apelativo que se les concedió a casi todos los que habían traspasado el límite del puerto de Pajares.

Mieres tuvo, de principio, como enseña las barriadas de San Pedro y Santa Marina, inauguradas y ocupadas por los años 1949 y 50. Eran -y aún son- especie de edificaciones de compostura uniforme, baratas en coste pero cómodas y habitables en aquellos tiempos. De todas formas sirvieron para suscribir el bautismo de "barracones" que a lo largo de los siguientes años recibieron al menos dos grandes reparaciones y modificaciones, que no fueron capaces de cambiar mucho su aspecto y visión cuartelera.

Eso sí, algunas gentes llegadas sufrieron, con cierta crueldad, el impacto del dedo acusador de las clases pudientes y medias de Mieres, con sentencia discriminatoria incluida. Y en el caso de Santa Marina, un hecho físico, digamos que geográfico, delimitó esa tendencia con aires de separatismo. El río Duró, procedente del histórico barrio de La Villa, cuna de Mieres, separó a esta barriada minera y obrera del resto del casco urbano de la localidad, creando algo así como una frontera bajo la denominación de "La Canal" actualmente en plan recordatorio al lucir solo la denominación de la calle en la que se convirtió el lecho del río. A los tres años, 1953, de inaugurarse Santa Marina ya sirvió de parapeto contra las aguas del río Caudal, a las que se le hincharon las narices e inundó su suelo hasta el paso a nivel con barreras del Vasco Asturiano en la hoy llamada calle Manuel Llaneza. Ese impacto obligó a bastantes familias a salir con el agua hasta la cintura o en barcas llegadas de la costa, debiendo dormir esa noche en centros escolares a golpe de colchoneta.

Vino posteriormente la prolongación de la zona habitable con la puesta en escena del área residencial de Vega de Arriba, ya con otro estilo y figura. Y con el paso de los años se fue suavizando aquel "cariñoso apelativo" que hoy sólo queda como recuerdo en las mentes de los más veteranos. De todas formas no faltan casos, afortunadamente contados con los dedos de la mano, de quienes emancipados en su estatus del Mieres actual, guardan en los pliegues de un silencio permanente, el hecho de haber nacido o residido en los barrios de los de la "sequía".

Para confirmar estas realidades basta el detalle de que, según comentarios más o menos fidedignos, parte del dinero destinado a la construcción de la iglesia parroquial del barrio, se fue para otros lares, quedando el templo cojo o manco y con aún hoy señales inequívocas de la falta de un fiel acabado.

Actualmente, Santa Marina se siente con plenitud integrado en el marco urbanístico de Mieres, tal como ocurre con San Pedro, merced a la nueva cara que presenta el área de La Mayacina y porque han quedado atrás los prejuicios sociales. Desviado el río Duró a las puertas de Vega de Arriba, ya no existe La Canal y solo se mantiene el aire cuartelario de sus viviendas. Pero subsiste la rebeldía de antaño y con causa. Una asociación vecinal fuerte, entre las más significativas de la zona, programa regularmente sus actividades, como el concurso de tonada para aficionados, acaba de recuperar el tradicional Tren de Madera a Llanes y otro grupo celebra anualmente el "Día de los "guajes" de Santa Marina" quizás como respuesta a la discriminación anterior. Hasta algunas calles rompieron moldes e inician su andadura numeraria de portales por la parte contraria, de espaldas al Ayuntamiento. Es un detalle o? ¿una especie de venganza?...