Historias heterodoxas

El Orfelinato de los mineros

Manuel Llaneza desarrolló un proyecto surgido de la mente de José de la Fuente ante el incremento de huérfanos por los accidentes en las minas

El Orfelinato de los mineros

La palabra "orfelinato" es un galicismo que viene de orphelin (huérfano), por eso se dejó de usar y fue sustituida por la de orfanato, pero como esta tampoco es ya "políticamente correcta", pues también se ha arrinconado. De modo que, puesto a cometer incorrecciones, prefiero la denominación que eligieron los mineros asturianos para su proyecto más querido, aquel del que Manuel Llaneza afirmaba: "El Orfelinato es nuestra gran obra? no puedo pensar en ella sin emocionarme".

Todos tenemos que cruzar el umbral algún día y no podemos escoger la fecha, pero la muerte de Llaneza fue especialmente inoportuna, porque si se hubiese retrasado unos meses, el hombre habría podido ver la llegada de la II República y su proyecto de protección infantil hecho realidad. No pudo ser por poco, ya que aunque se aprobó en el otoño de 1929, los planos de las instalaciones se fecharon en 1931 y aún tardaron en ejecutarse otros cuatro años.

Los arquitectos encargados de aquellas obras fueron Enrique Rodríguez Bustelo y Francisco Casariego Terrero. Ellos supieron materializar aquel "refinado ambiente familiar" que buscaban los impulsores de la idea para "educar en la tolerancia y la perfección? de acuerdo con la más selecta pedagogía".

Los detalles de la edificación han sido estudiados por la mierense María Fernanda Fernández, en un trabajo que les recomiendo leer, ya que, como todos los que ha firmado sobre nuestro patrimonio industrial y minero, es una referencia imprescindible para quien quiera conocer estos datos con el rigor que caracteriza a esta investigadora.

Desde hace años, el Orfelinato se ha tenido que reconvertir, como todo lo que en su día nació del carbón. Ahora, conserva el nombre de Fundación Docente de Mineros Asturianos, pero diversifica sus servicios en múltiples actividades, que abarcan desde el cuidado a personas mayores o con discapacidad a la acogida de menores inmigrantes, pasando por aspectos relacionados con la educación, residencias de diferente tipo o instalaciones deportivas.

No me voy a detener en explicar sus loables trabajos ni su historia reciente. Lo que quiero contarles es su gestación, porque representa la mejor cara de lo que fue aquel sindicalismo de los tiempos más duros, capaz de compaginar lo inmediato de las huelgas revolucionarias con proyectos de tan largo plazo como éste. Algo que sólo se explica por la seguridad que les daba confiar en que el futuro iba a acabar siendo suyo.

Esta era la idea de José de la Fuente, uno de los primeros socialistas mierenses del que sabemos que, en 1901, ya presidía el Gremio de Mineros de la Agrupación de Mieres y que, en 1904, participó junto a Llaneza en la creación de las Juventudes Socialistas de la villa. Andrés Saborit contó como fue uno de los hombres claves de la fundación y desarrollo del SOMA y, en enero de 1917, cuando la Federación Nacional de Mineros de España de la UGT trasladó su sede a Mieres, fue nombrado su secretario general.

Desgraciadamente, José de la Fuente murió con tan sólo 36 años, pero Manuel Llaneza ya había recogido su testigo y así lo manifestó en un texto publicado unos meses antes de aquel fallecimiento inesperado, ocurrido en septiembre de 1918. Desde aquel momento, la idea del Orfelinato se convirtió en una de las prioridades del sindicato que veía como el goteo de accidentes de trabajo hacía crecer el número de hijos sin padre, extendiendo la miseria económica de los huérfanos a sus madres viudas, que no podían costear ni su manutención ni su educación.

Aquellos niños estaban condenados a la barbarie del trabajo infantil o la mendicidad y subsistían en muchos casos gracias a la solidaridad de unos vecinos a los que tampoco les sobraba nada para repartir. Aunque tan importante como el alimento del cuerpo, debía ser el del espíritu. No sabemos cuándo comenzó la relación de Manuel Llaneza con el pedagogo Ernesto Winter Blanco, pero encontró en él la pieza que le faltaba para dar forma al modelo educativo que se buscaba para los hijos de los mineros: una educación integral más allá de lo académico que pretendía fomentar la filosofía de la igualdad y la libertad a través de actividades muy variadas.

Echar a andar el Orfelinato minero necesitaba una financiación que no se limitase a costear sus instalaciones y Manuel Llaneza fue consciente de que una vez levantado, su mantenimiento iba a ser difícil. Por otra parte, la Patronal ya venía entregando cantidades desde 1917 para las Casas del Pueblo y los mineros por sí solos no podían asumir el proyecto, de modo que hubo que buscar el momento para comprometer económicamente al Gobierno de la nación.

La oportunidad llegó en 1929, casi al final de la Dictadura militar, la época más controvertida del líder minero, cuando tuvo que optar entre el rechazo total a Miguel Primo de Rivera o su colaboración a cambio de logros concretos. Como es sabido, Llaneza prefirió lo segundo, aunque muchos trabajadores consideraron que los beneficios y mejoras que consiguió para todos los obreros no fueron más que el "pago de las treinta monedas" por su traición al movimiento obrero.

En abril de aquel año, el Congreso del SOMA decidió incluirlo entre su lista de demandas al Gobierno y en septiembre "La Aurora Social" informaba de que en un Consejo de Ministros celebrado en Oviedo se había aprobado la concesión de un real por cada tonelada de carbón explotado para dedicarlo a las Casas del Pueblo y la creación del Orfanato, ya con este nombre.

Finalmente, un Real Decreto de 27 de diciembre de 1929 estableció en Oviedo, con el nombre de Orfanato de Mineros Asturianos la institución benéfico-docente, sometida a la jurisdicción del Ministro de Fomento y bajo la dependencia inmediata del Director General de Minas y Combustibles "con la misión primordial de acoger a los hijos de los obreros de las minas de carbón de Asturias que hubiesen perecido a consecuencia de accidentes de trabajo, o que, por tal causa, sufriesen incapacidad total permanente, y atender a sus necesidades físicas, morales e intelectuales, ajustándose a las normas vigentes en los establecimientos del Estado". Para ello se fijó (aparte de subvenciones del Gobierno, aportaciones, donativos y legados que eventualmente se hiciesen en su favor) un canon de 0'25 pesetas por tonelada de carbón en estado de venta extraído de las minas de Asturias, a devengar desde 1º de Julio de 1929.

Quedaba la cuestión administrativa: otro Real Decreto, el 25 de febrero de 1930, determinó que el órgano de control de la institución debía ser un Patronato en el que estuviesen representados el Estado, la Patronal y los obreros, ya que todos ellos contribuían a su financiación, y con un pensamiento en el que debemos reconocer la grandeza de miras que en este caso tuvo Llaneza, se decidió que como la institución representaba a todos los mineros y no solo a los que estaban sindicados "la representación obrera tenía que ser nombrada directamente y en libre elección por todos los obreros de las minas".

El primer patronato se formó con el Presidente de la Diputación provincial de Oviedo, el Ingeniero Jefe del Distrito Minero, un representante del Consejo Nacional de Combustibles, tres vocales patronos propuestos por el Sindicato Carbonero Asturiano y tres vocales obreros, que en efecto fueron designados mediante votación por los trabajadores de las minas de carbón de Asturias, aunque a estas alturas no se sorprenderán si les digo que los elegidos fueron Amador Fernández, Belarmino Tomás y el propio Manuel Llaneza.

Por otro lado, estaba claro que el emplazamiento no debía estar alejado de las cuencas mineras, pero sin humos ni suciedad y con todo lo necesario para el desarrollo y la formación de los niños. Se eligió, como saben, un lugar cercano a Oviedo y ya en época republicana, mientras seguían los trabajos, empezó a elaborarse un censo de futuros residentes en el que colaboraron tanto Belarmino como Ernesto Winter visitando a las familias en sus casas para hacer informes personalizados de los casos más urgentes.

Los primeros pasos se dieron a modo de ensayo con unas colonias de verano y un preventorio médico, luego llegó la guerra y la mala suerte quiso que el frente cayese muy cerca del orfanato. Los niños se dividieron en tres grupos, uno permaneció en León, otro en Salinas y el tercero en Oviedo con Ernesto Winter, quien no quiso huir.

Al poco de entrar los vencedores fue fusilado junto a su hijo. Sus cadáveres se encontraron mirando al cielo junto a las vías del tren.

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