Historias heterodoxas

Nuestra Lady Godiva

La leyenda de Doña Paya, rescatada por Víctor Alperi, una mujer que paseaba a caballo durante las noches por Mieres de La Villa a La Peña

Nuestra Lady Godiva

Hace años un conocido mierense ya fallecido, buen bebedor, solía prolongar los vermús del domingo hasta la hora en la que otros tomaban el café. Un día alguien le preguntó si ya había comido y él respondió con una frase memorable, que no sé si era suya, pero suena a Vital Aza y refleja perfectamente el grandonismo de la Montaña Central: "Los que de casa grande descendemos, o comemos tarde, o no comemos". Todos sabían de dónde descendía nuestro personaje y entendían inmediatamente que lo que quería decir era que no pensaba comer otra cosa que los pinchos que acompañaban a sus Martinis.

Ese gusto por lo extremo lo reflejamos aquí en muchos aspectos de nuestras vidas, tanto en lo material como en lo que toca al mundo de lo espiritual. La mayor parte de nuestras leyendas son hermosas aunque poco originales y apenas se diferencian de las del resto de Asturias, pero entre ella hay una "de casa grande", aparejada por un gran escritor, que recuerda a la conocida Lady Godiva de Inglaterra con un toque mucho más poético porque su protagonista es el tiempo. Una leyenda de diseño, que les quiero recordar hoy, después de refrescarles el modelo inglés.

Lady Godiva fue una hermosa dama del año 1000 que se casó con un noble que ostentaba entre otros los títulos de conde de Chester y señor de Coventry. El marido era uno de esos señores malotes que abundaban en la Edad Media abusando de sus vasallos y sangrándolos con impuestos exagerados. Ella, al contrario, era tan bella por fuera como por dentro y tenía un corazón limpio que la hacía compadecerse de los humildes.

Una tarde, después de haber conocido las necesidades de su pueblo, le rogó al conde que rebajase sus exigencias económicas y él -un hombre sin escrúpulos- decidió comprometer el honor de su esposa poniendo como condición para acceder a ese deseo que ella recorriese a caballo las calles de Coventry montando la bestia a pelo, en el sentido más estricto puesto debería hacerlo completamente desnuda.

Dice la historia que Lady Godiva no se arredró y protegiéndose solo por su larga cabellera salió a la calle mientras los vasallos en señal de respeto permanecieron sin salir de sus casas y alejados de las ventanas. Solo uno de ellos, un sastre un poco rijoso, se atrevió a mirar por un agujero y se quedó ciego como castigo, pero lo que nos importa es que finalmente, el conde tuvo que rebajar los impuestos.

La figura de la bella a caballo ha inspirado desde entonces innumerables obras de arte, incluida una estatua ecuestre en el centro de Coventry. Ahora vamos a lo nuestro: la leyenda de Doña Paya, recogida por Víctor Alperi, quien le dio forma literaria con tanta habilidad que luego otros autores se hicieron eco de su belleza hasta que acabó encontrando acomodo dentro del panteón local de xanas, trasgos y nuberos. Y allí estuvo unas décadas antes de acabar perdiéndose definitivamente, seguramente porque no había nacido del pueblo.

Me topé con ella el otro día leyendo la novela "Sueño de sombra" firmada al alimón por nuestro recordado autor y su gran amigo Juan Mollá. Con ella llegaron en 1957 a las últimas votaciones del Premio Planeta. El libro fue el primero de una trilogía que siguió con "Agua india", también seleccionada para el Planeta, y se cerró con "Cristo habló en la montaña". Los dos autores hicieron juntos otra obra dedicada a la poesía de Carlos Bousoño y luego se distanciaron sin llegar a perder nunca el contacto epistolar hasta que la Negra Señora se llevó a Alperi en octubre de 2013. Juan Mollá estuvo entonces en su funeral.

"Sueño de sombra" es la historia de María Portilla y de sus hijos. Las inquietudes, añores y desazones de esta familia nos sirven de hilo conductor para seguir la historia de Mieres en la primera mitad del siglo XX: su crecimiento, el trabajo en la mina, la Revolución, la guerra civil y la posguerra. El texto recoge alguno de los párrafos más bellos que se han escrito sobre esta villa. Juzguen por sus primeras líneas: "Mieres es como el galopar de un caballo bajo la lluvia. Porque antes de que el galope comenzase, Mieres apenas existía. Era nada más que cuatro casas de piedra con verdín en torno al palacio de los Camposagrado".

Es precisamente en este primer capítulo, que no tiene relación con el resto de la obra, donde Alperí quiso escribir la historia de doña Paya: "Su nombre llenó durante años, como la misma niebla, el valle entero y puso ribetes de misterio en las largas noches del invierno".

Doña Paya vivía en una casa cercana al palacio de La Villa y allí pasaba los días viendo pasar tras los cristales a los hombres de la calle, arrieros, mozos de cuadra o pastores hasta que llegaba la medianoche. Entonces se transformaba: "Como un viento desatado de pronto, entraba en la casa y después de pararse en el espejo para soltar su cabellera negra, se envolvía en su capa y se deslizaba por la escalera hacia la cuadra? Doña Paya montaba en su caballo y salía a la noche El valle, palpitante de venas oscuras, de apagados rumores, de alientos y claridades contenidas, despertaba bajo su caballo".

Lady Godiva solo galopó una vez, mientras nuestra amazona lo hacía todas las noches despertando distintas inquietudes en quienes escuchaban el rítmico golpeteo de los cascos de su caballo sobre el camino enlosado. Las viejas "santiguaban su escándalo y su envidia" y los hombres apenas se despertaban, pero los jóvenes "se revolvían en la cama y, escuchando, se incorporaban y algunos salían a la ventana o a la puerta.

-Es doña Paya que sale a buscar amante?".

Su paseo nocturno la llevaba siempre hasta La Peña, donde se acaba el valle y el monte se hace más escarpado y luego regresaba al amanecer y "a cada regreso, el valle ya no era el mismo. Surgían casas y nuevas luces alumbraban la senda, más ancha cada noche".

Lo cierto es que sí hay quien habla de una Doña Paya -indistintamente con "y" o con "ll"- en otras partes de Asturias. Sobre todo en Pravia, donde se la identifica con una dama noble de aquella villa dueña de su castillo en el tiempo previo a la Reconquista. Solo este apunte ya le quita cualquier viso de ser verdad, pero es que además al personaje le han inventado su propia historia para justificar con ella la antigüedad y la alcurnia de tres apellidos asturianos.

Así, algunos mamporreros de la aristocracia han contado que fue la mujer del Conde Gótico o Gotos, nieto del Emperador Otón, de Roma, y que con él tuvo tres hijos de los que descienden respectivamente la casa de Estrada, la casa de Villamar de Pravia, y el linaje del Busto.

Hermoso argumento, si no fuese porque el primer emperador que ostentó ese título tras la caída del Imperio Romano fue Carlomagno y cuando entró en la historia hacía ya siglos que la nobleza visigoda había perdido el culo intentando escapar de los alfanjes musulmanes.

Si nos ajustamos a la historia, Doña Paya, o Pelaya si lo prefieren, fue una hija de los infantes Ordoño Ramírez "el Ciego" y Cristina Bermúdez, que vivió en tiempos del Rey Fernando el Magno y se casó con Bermudo Armendáriz, un hombre rico y poderoso, dueño de tierra y heredades. Aunque no he tenido ocasión de comprobarlo, doy por bueno lo que dicen los investigadores afirmando que este matrimonio figura en un documento conservado en el archivo de la Catedral de Oviedo haciendo una donación de sus posesiones sobre los ríos Narcea y Cubia, así como el monasterio de San Bartolomé de Lodón el 15 de julio de 1058 y este sí es un dato irrefutable de su existencia real.

En una entrevista que se publicó en el álbum de fiestas de San Xuan de Mieres de 1959 incluyendo un amplio resumen de "Sueño de sombra", Víctor Alperi afirmaba que Doña Paya simbolizaba el tiempo y su galopar en la noche era el crecimiento de Mieres como ciudad.

El caso es que en Peñaullán, del Concejo de Pravia, aún hay un lugar que se identifica como el "Castro de Doña Palla". Lo que no se encuentra en ninguna parte es la hermosa leyenda que escribió el escritor mierense, aunque él decía que se basaba en otra auténtica que había oído en Muros de Nalón.

Víctor Alperi está enterrado en el cementerio de La Belonga, a pocos metros de Vital Aza. Los dos quisieron a Mieres de la misma forma y dejaron, con cien años de diferencia, una extensa obra. En cuanto a Doña Paya, hace ya mucho tiempo que su caballo no recorre las calles de Mieres bajo la luz de la luna. Si lo hiciese ahora lo que encontraría a la vuelta de sus paseos, con cada amanecer, sería la ciudad un poco más pequeña.

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