Jerónimo Ibrán fue uno de nuestros grandes hombres. Aunque había nacido en Mataró lo consideramos mierense de adopción. Numa Guilhou lo vio claro cuando le confió la dirección técnica y administrativa de su fábrica, que su hijo era incapaz de asumir, y gracias a su trabajo y a su ingenio el negocio no solo superó sus dificultades, sino que se convirtió en un ejemplo de lo ahora se llama I+D, abordando las construcciones metálicas con aplicación a puentes y vigas armadas con la tecnología más moderna de su época. Fue también un eficaz director de la Escuela de Capataces de Minas y de los Ferrocarriles Económicos de Asturias y consejero de las empresas más importantes de Asturias.

Todo esto es sabido y ha recibido el homenaje de este pueblo en varias ocasiones. Menos conocida es su vida personal, por eso he seguido el consejo de Rolando Díez para que profundizase un poco en la figura de una de sus nietas y me he encontrado con una sorpresa: María Teresa Junquera Ibrán, de la que yo nunca había oído hablar y en la que he encontrado una biografía digna de reseñar. La traigo hoy a esta página.

Una de las hijas que tuvo el matrimonio de Jerónimo Ibrán con Teresa Cónsul, llamada María, se casó con Buenaventura Junquera Domínguez, de una familia gijonesa. La pareja le dio seis nietos al ingeniero. La primera fue una niña llamada María Teresa, que nació en La Rebollada en abril de 1889 y falleció en diciembre del mismo año. Para recordarla, siguiendo una costumbre que antes era muy corriente, su hermana, que llegó al mundo en octubre de 1890, fue bautizada con su mismo nombre: María Teresa Junquera Ibrán.

Ella tuvo más suerte y una larga vida, 91 años, lo que la permitió asistir a todos los acontecimientos interesantes de la historia del siglo XX español e incluso ser protagonista de algunos, demostrando siempre un interés por la cultura y un carácter liberal y moderno que heredó tanto de sus padres como de sus abuelos y la hicieron destacar en un ambiente donde el respeto a los derechos de la mujer aun estaba muy lejos.

Buenaventura, el padre de María Teresa, fue secretario del Consejo de Administración de Fábrica de Mieres, lo que le permitió vivir como Jerónimo Ibrán en una de las casas construidas en La Rebollada para sus empleados técnicos y directivos. Después, la familia se trasladó a Oviedo, a un chalet de la calle González Besada.

En diciembre de 2010, Carmen Chamizo Vega publicó un trabajo en el Cuaderno Cultural Prímula con el titulo "A las personas coraje", donde se resume su biografía. De ella vamos a recoger los datos que nos interesan para conocer quien fue nuestra convecina.

María Teresa Junquera siempre sintió inclinación por la medicina, pero matricularse en un Facultad era una pretensión casi imposible en la primera década del siglo para una mujer española, por lo que en un principio se tuvo que conformar con obtener el título de enfermera, aunque como contaba con el apoyo moral y económico de su familia, lo hizo en 1911 en una de las mejores escuelas europeas del momento, la de Bayona, aprovechando que allí vivía su tía Catalina Ibrán.

Entonces no hacían falta más estudios para acceder a la enfermería y podía haber cerrado aquí su curriculum. No se conformó. En 1917 obtuvo su bachiller en Oviedo y un año más tarde ya trabajaba -de nuevo en Francia- en el Hospital Val de Grâce de París. Entretanto, las cosas ya habían empezado a cambiar para las jóvenes españolas y por fin en 1920 pudo empezar también en Oviedo los estudios de Medicina y Cirugía, que concluyó en el hospital madrileño de San Carlos en una promoción de la que formaron parte otras cinco mujeres. Allí empezó también su doctorado y siguiendo su empeño por reivindicar la dignidad del trabajo femenino fue fundadora y vicesecretaria de la Asociación de Médicas españolas desde sus inicios en 1928 hasta 1936.

Una de las experiencias que la marcaron profesionalmente llegó con su estancia en Londres, en 1926, donde conoció las técnicas más modernas de enfermería y completó su formación con el director de la Escuela Nacional de Puericultura Enrique Suñer. En Inglaterra pudo ver a la vez los métodos de Florence Nightingale en el Hospital de St. Thomas, que en 1929 quiso aplicar cuando fue nombrada subdirectora de la Escuela de Enfermería, recién inaugurada en la Casa de Salud de Valdecilla.

Para acceder al sistema inglés se exigían unos requisitos mínimos: buen aspecto, buena conducta, buenos modales y saber leer y escribir. La formación se desarrollaba en tres años bajo régimen de internado, con prácticas diarias en un centro hospitalario y siguiendo un programa teórico que incluía materias médicas y de laboratorio. El intento de María Teresa fracasó en España al no recibir ningún apoyo: las alumnas de Valdecilla eran maltratadas e insultadas por las instructoras y tanto el director como la marquesa de Pelayo, benefactora de la institución, boicotearon el plan de estudios al considerarlo demasiado progresista.

En junio de 1930, las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul sustituyeron en la administración del hospital a María Teresa y poco más tarde ella regresó a Oviedo, desencantada, para atender a su madre enferma y abrir una consulta de pediatría junto a Matutina Rodríguez Álvarez, una compañera de promoción con la que mantuvo siempre una gran amistad.

En la capital de Asturias las dos vivieron los acontecimientos revolucionarios de Octubre de 1934, donde Teresa prestó sus servicios a los heridos sin hacer distinciones entre los bandos; al año siguiente, tras la muerte de su padre, fue nombrada por José Giner directora del Orfanato de El Pardo, en Madrid, y en este puesto vivió la Guerra Civil, aceptando junto a sus niños a huéspedes tan diferentes como un grupo de seminaristas y otro de hijos de brigadistas internacionales.

En el artículo de Prímula se dedica un apartado a la posible inspiración que supuso María Teresa Junquera para el personaje principal de "Nuestra Natacha", una de las obras más populares de Alejandro Casona. Algo que se explica al saber que Matutina Rodríguez era hermana del autor asturiano y, por eso, él pudo conocer de cerca a la nieta de Jerónimo Ibrán.

La protagonista de esta comedia se llama Natalia Valdés, Natacha, doctorada en Ciencias Educativas y especialista en Tribunales de menores y Casas de Reforma cuando un doctor le ofrece dirigir el Reformatorio de la Damas Azules, donde ella había estado internada en su niñez. Natalia Valdés asume este puesto desoyendo a Lalo, el estudiante que persigue su amor, porque conoce las duras condiciones de vida en el establecimiento y quiere cambiarlas aplicando una pedagogía más progresista.

Aunque se ha dicho que Casona se inspiró para este personaje en su propia madre, Faustina Álvarez, quien fue la primera inspectora de enseñanza primaria en España y también en Natalia Utray, una compañera de las Misiones Pedagógicas, es indudable que Natacha tiene muchos puntos en común con la vida y el pensamiento de María Teresa Junquera, aunque lo relacionado con su triste infancia y la figura del pretendiente sean añadidos para hacer más interesante el relato.

Pero la obra sigue con otras analogías. Como en Valdecilla, el Reformatorio de la Damas Azules está regido por un patronato que preside una marquesa y se opone a los cambios forzando su renuncia. Natacha dimite llevando consigo a los niños hasta una finca que Lalo tiene en el campo, donde con la ayuda de sus compañeros de residencia puede seguir con éxito su modelo de enseñanza.

Lo más curioso es que "Nuestra Natacha" se estrenó en Barcelona en 1935, cuando más estrecha era la relación de Teresa Junquera con Matutina Rodríguez y antes de que Alejandro Casona pudiese conocer como iba a proseguir la vida de su amiga mierense. Esta pasó en 1937 a Francia donde siguió cuidando a los niños refugiados y estuvo en París hasta que la ocupación nazi la empujó de nuevo hasta Madrid.

Allí compró en 1952 una casa con finca en Valdemoro, abandonando para siempre la medicina para vivir junto a su hermana María Jesús y su cuñado Santiago, dedicándose a los trabajos del campo, como la Natacha de Casona y sin perder nunca el contacto con Matutina Rodríguez y su marido Antonio Martínez Torner, quien también era pediatra.

María Teresa Junquera Ibrán murió en Valdemoro en diciembre de 1981 dejando huella en la historia de la enfermería española. Otro personaje que añadir a nuestra historia.