Entre las cosas que algunos leíamos en los años 70 estaban los escritos del Che Guevara. Ahora todo eso queda ya muy lejos, pero así era. En uno de sus textos, firmado en 1959 y titulado "Qué es un guerrillero", el rebelde hizo un breve resumen de los motivos que habían conducido a la revolución cubana y al referirse a la última etapa de la dominación española definía al general Valeriano Weiler como "el sanguinario espadón de la España colonial". Para recordarles quien era ese hombre, al que los poderosos de este país consideraron como el defensor de la Patria debemos hacer primero un poco de historia.

Cuba fue junto a Puerto Rico la última tierra que tuvimos en América hasta que en 1868 el movimiento independentista se convirtió en una guerra impopular; entonces los cubanos fueron a por todas y en febrero de 1895 organizaron un ejército revolucionario. En un principio, el gobierno español de Cánovas del Castillo intentó solucionar la situación por las buenas y envió al general Martínez Campos a negociar con los insurrectos, pero las cosas en vez de calmarse se encabronaron y fue entonces cuando se recurrió al durísimo Weyler.

Este llevó a la isla un ejército de 200.000 hombres que empleó con un rigor extremo: puso fuertes destacamentos en Cienfuegos y Santiago; organizó columnas volantes que recorrieron los pueblos destruyendo y quemando los asilos de los rebeldes; prohibió a los periodistas y a extranjeros que las acompañasen para que no pudiesen dar a conocer sus movimientos; protegió a los partidos españolistas y persiguió a los marginales y a los llamados ñañigos -miembros de una sociedad secreta que aún pervive- deportándolos desde La Habana a la isla de Pinos.

Weyler era de origen prusiano, rígido y, según cuentan, cicatero hasta con los suyos. Desde que su familia se había establecido en España todos sus antepasados fueron militares. Su brillante carrera le llevó a ser capitán general, primero de Filipinas, luego de Burgos, Navarra y Vascongadas y por último de Cataluña; también obtuvo el título de marqués de Tenerife por los servicios prestados en Canarias.

Sorprendentemente, sus simpatías políticas le inclinaban al lado liberal y había sido senador con este partido en la década de los 80, pero aún así gozó de una triste fama como hombre inflexible por haber sido el militar que ideó los campos de concentración que tanta importancia tuvieron en la historia del siglo XX europeo. Esta medida fue criticada por los americanos y los británicos, aunque estos últimos no tardaron en imitarla en su colonia sudafricana del Transvaal, más tarde -como saben- Hitler la elevó al cubo.

Cuando cambió el gobierno fue sustituido por el general Blanco, quien suavizó estos métodos, lo que hizo más fácil que el 3 de julio de 1898 los norteamericanos destruyesen nuestra flota quedándose con Cuba, con lo que un sector de la población española le dio la razón a don Valeriano convirtiéndolo en un héroe; sobre todo al saberse que había plantado a Sagasta, jefe del gobierno, cuando le pidió su opinión acerca de la conveniencia o inconveniencia de ajustar la paz con los Estados Unidos, alegando que si no se le había consultado para la guerra no entendía como se le consultaba para la paz.

En el corazón del verano de 1901 Weyler visitó Asturias como ministro de la Guerra. Aquí recibió los correspondientes agasajos de las autoridades y accedió a la petición de la prensa regional que demandaba el indulto del trabajador José Valdés, quien llevaba casi un año en la cárcel de Oviedo, intentando así congraciarse con el mundo obrero. Después se dedicó al verdadero motivo de su viaje: conocer el estado de la industria regional.

En la mañana del 31 de julio pudo ver en Lugones La Industrial Asturiana y la fábrica "Santa Bárbara", manifestando su extrañeza por el mal estado de la carretera que unía esta localidad con Avilés y por la tarde, entre banquetes y paseos honoríficos se acercó en Gijón a la fábrica de vidrios y la de aceros de Moreda. Al día siguiente salió para Avilés, vio la ciudad y se desplazó hasta San Juan de Nieva para embarcarse en un remolcador con el que bordeó la playa de Salinas hasta llegar a Arnao donde comió antes de ver los departamentos y talleres de la Real Compañía Asturiana.

Finalmente, el día 2 de agosto llegó a Mieres, que en aquel momento estaba considerada como uno de los grandes establecimientos industriales de España. Según las crónicas periodísticas, fue recibido a media mañana en la estación de la villa por el personal técnico de la Fábrica encabezado por el doctor Van Straalem y don Ernesto Guilhou, hijo del fundador y entonces presidente de la sociedad que también explotaba las principales minas de carbón de la zona.

Desde allí fue conducido hasta las instalaciones en un tren de la casa por un trayecto, que como era habitual en estos casos, estaba adornado por artísticos arcos de follaje e inscripciones alusivas a la visita. Al paso de la comitiva tocó la Banda municipal y los obreros hicieron estallar bombas de gran calibre para anunciar el acontecimiento.

Ya en los talleres, el general presenció las operaciones de forja, colada y laminación efectuadas por las máquinas más modernas movidas a vapor y con una precisión y limpieza admirables. A continuación, el mismo tren engalanado lo trasladó hasta la mina Baltasara, donde entró provisto de la correspondiente lámpara de seguridad junto a los ingenieros. De allí pasó a los lavaderos y cribaderos del mineral, acompañado en esta expedición por la marquesa de Villaviciosa de Asturias y doña Marta Guilhou.

Antes del almuerzo, que se sirvió a las once y media en la casa de los empresarios, varios repatriados asturianos pudieron acercarse para presentarle una instancia suplicando el abono de los haberes que aún se les adeudan por la campaña de Cuba, logrando la promesa de que no iba a tardar en satisfacer "deuda tan sagrada".

Por el detallado relato que hizo de la jornada el diario conservador La Época sabemos que en el comedor ocuparon la presidencia los marqueses de Villaviciosa y estuvieron presentes los otros miembros de la familia, junto a Teresita Bernaldo de Quirós, Carmen Pidal, varios generales, ingenieros, políticos de nota y el gobernador de la provincia. También, que la sala se hallaba profusamente adornada con plantas, banderas españolas y castilletes formados con atributos de la industria minera y la mesa, de extremo a extremo, con un macizo de dalias, claveles, rosas y hortensias.

En cuanto al brindis, al destaparse el champagne fue el marqués de Villaviciosa quien dirigió unas elocuentes palabras saludando al general como legítima esperanza de la Patria, diciéndole que al igual que él le ofrecía su casa, la tierra asturiana también se le ofrecía del mismo modo.

Por su parte Weyler, antes de regresar en el tren correo para Madrid, manifestó que había quedado muy satisfecho de su visita a esta tierra cuyos hijos le habían ayudado incondicionalmente en Cuba a batir la insurrección y cuya prosperidad, en la que cifraba gran parte del engrandecimiento de la Patria, se complacía en enaltecer.

Valeriano Weyler falleció en 1930 y es todavía una de las figuras más controvertidas de la historia militar española, con actuaciones que parecen tan contradictorias como la represión de la Semana Trágica de Barcelona en 1909 y su participación en la Sanjuanada contra la dictadura de Primo de Rivera. No podemos juzgarlo en una página de periódico. Solo reseñar que -como otros muchos personajes- pasó por aquí cuando visitar Mieres era imprescindible.