Historias heterodoxas

"Ius primae noctis"

La leyenda del noble de Tiraña (Laviana) que cometió todo tipo de tropelías, entre ellas, la de practicar el derecho de pernada

"Ius primae noctis"

En otra ocasión ya recordamos en esta página los luctuosos sucesos ocurridos en el Pozu Funeres durante la represión franquista. Hoy volvemos a ese escenario, pero en un tiempo muy anterior, para ver lo que hay de verdad en la leyenda que rodea el lugar. Hasta hace poco aún existía quien podía contarla de viva voz y de esta forma la recogió el erudito Eladio García Jove para publicarla en el capítulo correspondiente a Laviana del libro "Asturias" editado por Bellmunt y Canella en 1895.

De generación en generación se trasmitió en Tiraña (Laviana) el recuerdo de un malvado noble que abusaba de sus siervos y no hacía distingos en pisotear ni lo humano ni lo sagrado, hasta que un día asesinó al cura de la localidad en el mismo altar donde había iniciado la ceremonia de la misa sin esperar a que él regresase de su partida de caza.

Hay que adelantar que la misma historia de un conde sin escrúpulos que mata al sacerdote en el interior del templo de su coto por empezar la misa sin su presencia se repite en otros pueblos de España, y sin salir de Asturias en Boal y Peñaflor, por lo que no debemos darle mucha credibilidad, aunque en el caso de Tiraña se completa con una segunda parte más siniestra: desde entonces el déspota fue perseguido por la fatalidad hasta que murió amargado por su pecado, pero ni aún así pudo descansar, ya que cuando su cadáver era conducido al panteón familiar de la capital lo raptaron los cuervos en Peñacorvera -que debe a este hecho su nombre- para arrojarlo a la sima del Funeres donde lo siguió días después su único amigo, el perro que lo acompañaba en sus monterías.

El caso es que he leído que hay un manuscrito fechado en 1797 en el que se cita a un tribunal eclesiástico que condena a un noble de Tiraña a reedificar la iglesia dejando fuera el lugar manchado por la sangre del clérigo. No he tenido ocasión de comprobarlo, pero aunque así sea, por la fecha del texto no puede ser otra cosa que una transcripción de la antigua leyenda.

La realidad es que a medio de kilómetro de la iglesia del pueblo, en dirección a Pola de Laviana, se levantaba una buena casona y el lugar todavía guarda el topónimo de "El palacio" y también es cierto que existió el título de señor de Tiraña, llevado entre otros por un personaje tan notable como Rodrigo Álvarez de las Asturias, Adelantado Mayor de León y Asturias, quien lo compartió con otros señoríos, entre ellos los de Noreña, Entralgo y Fontoria.

De los muchos atropellos cometidos por el pérfido señor que se cita en la leyenda hay uno en el que queremos detenernos. Me refiero al derecho de pernada, llamado cultamente "ius primae noctis".

Se trata, por si lo han olvidado o nunca lo han oído, del derecho que reclamaban algunos nobles sobre las doncellas de su territorio que contraían matrimonio, exigiendo con su autoridad ser ellos quienes las desflorasen en la noche de bodas. Desconocemos el origen de este acto infame, que hasta hace poco se consideraba como una invención del romanticismo y ahora ya parece una realidad incontestable.

Hay quien lo hace nacer con las primeras civilizaciones y quien lo coloca entre las costumbres germánicas que nos trajeron los visigodos, pero el caso es que está constatado que durante la Edad Media se practicó en algunos lugares e incluso dio lugar a revueltas como la que inspiró la famosa película "Braveheart", protagonizada por Mel Gibson.

Una prueba de que se practicó en España está en que diferentes leyes dictaron normas prohibiéndola. Así, el rey Alfonso II de Aragón la incluyó en sus Fueros y Alfonso X aprobó igualmente una multa de 500 sueldos y la privación de cargos a quien osara a desflorar a la novia antes del casamiento: También en el "Proyecto de Concordia", de 1462, y la "Sentencia Arbitral de Guadalupe", de 1486, dictada por Fernando II e inserta en las Pragmáticas y otros derechos de Cataluña, se ordenó que los señores no pudiesen dormir con las mujeres de los payeses en la primera noche ni que "en señal de senyoría" pasasen encima de ellas cuando la noche de las bodas estuviesen echadas en la cama.

Estas cuitas las recordó, entre otros, el cronista de las cosas del Reino de Aragón Jerónimo Zurita en el siglo XVI; pero fíjense en este último matiz, porque ha dado pie a pensar que en muchos casos lo que hacían los nobles era pasar sobre la novia o simplemente pisar el lecho conyugal para demostrar de esta manera tan gráfica su derecho feudal sobre las acciones de sus vasallos, lo que daría origen a la palabra "pernada". La verdad es que esta explicación nos parece simplona, sin embargo es de suponer que frecuentemente la poca disposición del señor, por desgana o edad, junto a la miseria y la falta de higiene de las pobres aldeanas, que debía hacerlas poco atractivas, debieron limitar estos encuentros a una ceremonia simbólica.

Por citar una tierra cercana, en Galicia se conoce el caso de un antepasado de los actuales duques de Alba, Fadrique Enríquez, conde de Trastámara y duque de Arjona entre otros títulos, quien para que no le faltase de nada también maltrataba a su mujer Aldonza de Mendoza, a la cual tuvo encerrada durante dos años. Y cerca, en Santiago de Compostela, el del arzobispo don Rodrigo de Luna, sobrino del famoso Álvaro de Luna, que fue empujado a la carrera eclesiástica a mediados del siglo XV, cuando ya esta costumbre estaba casi en desuso y, como hemos visto por las leyes que acabamos de citar, era mal vista por los reyes peninsulares.

De este clérigo libidinoso, el cronista de los Reyes Católicos Diego de Valera reseñó que "entre otras cosas asaz feas que este arzobispo había cometido, aconteció que estando una novia en el tálamo para celebrar las bodas con su marido, él la mandó tomar y la tuvo consigo toda una noche". Y lo confirmó el Padre Mariana en 1601: "en especial era grande la disolución de los eclesiásticos; a la verdad se halla que por este tiempo don Rodrigo de Luna, arzobispo de Santiago, de las mismas bodas y fiestas arrebató una moza que se velaba, para usar della mal".

Todo indica que las protestas contra esta práctica infame originaron disturbios precisamente bajo el reinado de Isabel y Fernando y que fueron ellos los que decidieron concluirla buscando una solución salomónica que contentase a la vez a ofensores y ofendidos. En torno a 1640, José Pellicer de Ossau explicó como los monarcas conmutaron el acto físico por cantidades en metálico, que debían pagar los siervos.

También otro asturiano de tanto prestigio como José María Queipo de Llano, el VII Conde de Toreno, recogió en su "Historia del Levantamiento, Guerra y Revolución de España", publicada en 1839, la declaración que hizo ante las Cortes de Cádiz un diputado catalán durante la discusión por la abolición de los señoríos, afirmando que los monjes del monasterio de Poblet todavía cobraban en la villa de Verdú 70 libras catalanas anuales en resarcimiento "de uso tan profano y conocido por nuestros mayores bajo el significativo nombre de derecho de pernada".

Pero esto no fue óbice para que estos "malos usos" siguiesen en vigor en épocas y lugares mucho más próximos. Si visitan la Colegiata de Teverga podrán ver expuestas como reclamo turístico las momias de uno de los marqueses de Valdecarzana y de su hijo Pedro Analso de Miranda, quien fue abad en la misma Teverga, obispo de Teruel e inquisidor de Santiago; dos "señores de horca y cuchillo", fallecidos respectivamente en 1731 y 1688 con fama de haber practicado el "ius primae noctis".

Ambos pertenecieron a la casa de Miranda, una de las más poderosas de Asturias durante la Edad Moderna, con ramas en nuestros valles mineros, y la verdad es que fueron odiados por su pueblo hasta el punto de que sus cadáveres no recibieron sepultura y pasaron siglos colgados y desnudos a los pies del Cristo de ese templo, recibiendo todo tipo de humillaciones hasta que se decidió cubrirlos y exponerlos dignamente.

Después de este apretado resumen, creo que no caben dudas sobre la existencia del derecho de pernada, ni tampoco razones para desmentir que se haya sufrido en la Montaña Central. Solo nos queda conocer quién era el conde de la leyenda de Tiraña, lo que requiere un trabajo más detenido y una investigación más rigurosa. Tal vez alguien se ponga a ello. Yo por si acaso lo archivo en la carpeta de los asuntos pendientes.

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