Sobre estas líneas, en la mina.

Dame caña, compañero

Vicente Noriega y Juan Orrasco, dos de los numerosos mineros despedidos por el ajuste del sector, han conseguido encontrar un nuevo empleo en la hostelería

Entrar en la mina significaba, hasta hace algo más de dos décadas, tener el futuro laboral asegurado. El final de la minería sonaba entonces a cuento de agoreros y entrar en la jaula por primera vez era el objetivo de centenares de jóvenes de las Cuencas. Los tiempos han cambiado. Aquellos chavales que llegaron al tajo con ilusión forman parte ahora de la primera generación de mineros que afrontan su propia reconversión. Vicente Noriega y Juan Manuel Orrasco son dos de los centenares de trabajadores que han tenido que abandonar la mina, a la fuerza, y buscar un empleo nuevo para subsistir. El primero soltó el soplete con el que soldaba en las entrañas de los pozos para atender un bar en Siero. Orrasco cambió el barreno por los fogones y está cubriendo una baja en un restaurante del Caudal.

En lugar de dar tira -la expresión utilizada en el argot minero para definir la fila de trabajadores que en el tajo se van pasando la madera o las herramientas de mano en mano- ahora ponen cañas y dan comidas. Confiesan que aún se sienten mineros. Dicen que el turullu, aunque a algunos les resulte imposible, genera adicción.

Vicente Noriega bajó a la mina por primera vez en 2004. Trabajaba en una contrata del pozo Nicolasa, como soldador especializado en espacios confinados. Puso el pie en la jaula con prudencia, pero cuando llegó a la quinta planta supo que había encontrado su vocación: "A mí me encanta, es un trabajo que siempre te da retos". Tanto es así que, durante siete años, aprendió todo lo que pudo sobre el tajo. Hizo cursos de manejo de maquinaria y se formó en riesgos laborales.

En el verano de 2012 llegaron las movilizaciones y, a la vuelta al tajo, las contratas de Hunosa despidieron a 150 trabajadores. Noriega fue uno de ellos: "Al principio peleé, peleé muchísimo. Pero no ganaba para multas", asegura. Durmió una noche en el calabozo de La Felguera y tiene una denuncia pendiente por un piquete. Con 43 años, decidió que había llegado la hora de cambiar de sector.

Probó suerte como empresario, pero no salió bien. Valoró dedicarse al montaje, pero no quería estar fuera de Asturias. No tiene hijos, pero le gusta estar cerca de su familia. "Lo que me quedaba era la hostelería, y aquí estoy", afirma entre el bullicio del bar en el que trabaja. Ha aprendido que perder el humor no le devuelve al pozo, así que atiende a los parroquianos con una sonrisa: "Yo aún me siento minero. Es lo más grande", asegura.

Esa pasión por la mina, afirma, está ligada al compañerismo que respiraba cada día en el tajo. Según Noriega, "no es un mito, los mineros somos todos uno. Si hay que echar una mano a otro en la tarea, aunque no sea tu responsabilidad, lo ayudas". "Todos queremos salir pronto. Por mucho que te guste sabes que es peligroso, en el bar tengo la muerte bajo los pies y en la mina la tenía sobre la cabeza", añade. A pesar de ello, quiere volver a escuchar el turullu. Ha enviado solicitudes de empleo a todas las contratas que siguen en activo, sin recibir respuesta.

No son buenos tiempos para encontrar trabajo en el sector. Minas del Bierzo Alto despidió el pasado 31 de diciembre a 54 trabajadores, las primeras extinciones de contrato en una empresa principal. Las contratas pasan por apuros serios y la Hullera Vasco Leonesa ha aprobado un expediente de regulación de empleo que afecta a unas 600 personas, incluyendo empresa matriz y auxiliares.

Uno de los afectados por el ERE es Juan Manuel Orrasco. La noticia de la regulación le heló la sangre, sólo tenía cuatro meses de paro. "Cuando agoté la prestación no me podía permitir cobrar el subsidio, en casa somos cuatro bocas", explica. Dos de ellas, las de sus hijas: la mayor a punto de terminar sus estudios universitarios y la pequeña, en el instituto. Decisión difícil para un hombre con marca del casco, tras más de veinte años dedicados al sector. Toda una vida.

Empezó a trabajar en una contrata del pozo Nicolasa dos meses antes de que se produjera el fatal accidente que acabó con la vida de catorce compañeros. Era "guaje" (ayudante de minero). Estuvo en el pozo de Ablaña cuatro años, antes de empezar un vaivén laboral que todavía no ha terminado. Trabajó en Pumarabule y luego en León. Ascendió, fue barrenista y, más tarde, vigilante. Pero la crisis le golpeó con fuerza: "En 2010 llegaron los problemas, las contratas empezaron a pagar mal y a rebajar categorías".

Quince años después de iniciar su carrera laboral en el sector, le contrataron de nuevo como "guaje". "Es difícil, porque sabes que te mereces más, pero no están los tiempos para decir que no a nada", afirma. Intercalaba los trabajos temporales en las contratas con empleos en hostelería. Tenía experiencia como parrillero y ayudante de cocina, de algún fin de semana de juventud. Reconoce que, en los últimos años, ha cobrado más entre fogones que en los pozos.

No es sólo lo económico. También es que la mina le ha defraudado cuando menos lo esperaba: "Peleamos mucho los de la contrata en la que estaba yo (Minerplan), y en todas las contratas, para entrar en la Vasco. Cuando lo conseguimos, nos vienen con un ERE". A pesar de los últimos meses, volvería al pozo sin dudar.

¿Por qué sigue Orrasco empeñado en llamar a la jaula? Porque dice que, cuando está en la mina, se evade. "Esto engancha, te lo digo yo", insiste. Ha tenido que olvidar la adicción, al menos por un tiempo, y cambiar el casco por un gorro blanco que luce a juego con un delantal. Confía en que el conflicto de la Vasco se solucione para bien: "Somos muchos los que lo estamos pasando mal, algunos están sin nada. Esperando a ver qué pasa". Otros, como él, ya han iniciado la reconversión.

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