Grado, Lorena VALDÉS

El comportamiento del lobo ha cambiado de forma significativa en los últimos años en el concejo de Grado. Si antes el carácter de este animal se definía por ser muy escurridizo y no abandonar casi nunca sus asentamientos loberos, ubicados en las zonas limítrofes con Yernes y Tameza y Teverga, en la actualidad, los vecinos de las zonas altas del concejo conviven día sí, día también con la presencia de este depredador y con los daños que causa en sus cabañas ganaderas. Los ganaderos de las parroquias de Villamarín, Rañeces, Coalla, Rubiano y Vigaña, las más afectadas, califican la situación de este último año de «insostenible» y piden a la Consejería de Medio Ambiente que busque «soluciones eficaces» que vayan más allá de indemnizaciones que no siempre son justas.

El lobo ha perdido su miedo al hombre y campa a sus anchas por el concejo de Grado, incluso a plena luz del día, en busca de alimento. El despoblamiento rural es, en gran medida, el responsable de que esta especie haya ampliado considerablemente sus zonas de actuación. Donde antes había pastos, ahora el terreno se ha convertido en grandes matorrales, gracias a los cuales pueden moverse con facilidad sin ser vistos. Los lobos más viejos de la manada prefieren asentarse en zonas en las que las condiciones climatológicas son menos duras y consiguen comida fácilmente.

Pedro Fernández, de Temia, conoce bien los daños del lobo, que ha matado a veinte ovejas de su rebaño recientemente. Sólo en una ocasión recibió una indemnización de la Consejería. «El Principado debe tomar cartas en el asunto. Los vecinos, cada vez que tenemos un animal bueno, tememos que nos lo mate el lobo. Además, en el 99 por ciento de los casos, las indemnizaciones son irrisorias. El baremo existente es nefasto, no tiene en cuenta la calidad del animal. A mí, por la oveja me dieron 70 euros, la mitad de su valor», señala Fernández.

Los lobos se han convertido en la mayor amenaza para los ganaderos. «En marzo te asomabas a la ventana y escuchabas aullar a diez lobos diferentes a las siete de la tarde. Llegan hasta las huertas, no temen a nada ni a nadie», asegura Bruno Mantilla, de Villamarín.

Jorge Álvarez, de Vigaña, no pudo hacer nada para evitar que el lobo se comiese una noche a su potro, en un prado muy cerca de su casa y perfectamente iluminado. A la mañana siguiente, se encontró sólo con una pata y la cabeza del animal muerto. Un vecino fue testigo, pocas horas antes, de las andanzas del lobo por el pueblo. Álvarez presentó las pruebas pertinentes y ha recibido de la Consejería 270 euros de indemnización.

Los daños del lobo han perjudicado enormemente el propósito de fijación en el medio rural, ya que los ganaderos se piensan mucho criar animales de calidad, puesto que, en caso de ataque, se trataría de un duro golpe para economías que intentan, con muchas horas de trabajo y grandes dosis de ilusión, hacer frente a la crisis del sector.