Cuando decimos Lugás, El Portal, Covadonga, Foncaleyu, o Arbazal, o cualquier otro Santuario de la Virgen María, la boca parece rebosarnos de risas de bienandanza, se nos asemeja a una riada de cantares que se nos insinúa en los hondones del alma: esos nombres aplicados a la Santina, a la que en cada lugar llevamos más en la intimidad del ser, nos saben a dulzuras las más exquisitas, a mieles las más sabrosas, a regustos de ambrosía y de néctar, que llegan a envolvernos en una muy cálida felicidad.

Hace unos días conocí a la que sus padres gustan llamar la «niña del milagro», la que desde su cercano bautismo llevará por nombre cristiano el de María de Lugás.

A ella, a nuestra Santina del alma, a ella, nuestra madre entrañable de Lugás, acudieron los jóvenes esposos, agotados todos los apoyos de la medicina, incluso un implante de óvulo, que a poco le costó la vida a la que tanto ansiaba ser madre, acudieron un día, digo, conmigo, que les animé en su fe, en plegaria ferviente y confiada a la Virgen de Lugás, para ofrecer a la hija que llegara y que proclamara por doquier nombre que a ella, la Santina de Lugás, la tuviera por sublime intercesora, por autora de dicha tan sin par.

María de Lugás será testimonio de una fe sin medida de sus padres. Una fe que movió lo que parecía la más inconmovible montaña. Virgina de Lugás, te rezo como me aprendió mi madre, Santina nuestra de Lugás ayuda a ser cristiana a tu María de Lugás.

Agustín Hevia Ballina es párroco de Santa María de Lugás.