Noreña,

Franco TORRE

«Quien no es capaz de tener defectos, no es capaz de tener grandes virtudes». Esta cita del escritor italiano Alessandro Verri se encuentra estampada en la hélice de una aeronave que los alumnos del curso de iniciación al mantenimiento y la mecánica de ultraligeros, impartido en las últimas seis semanas en el IES de Noreña, han utilizado para sus prácticas de taller. Como si de un aviso para navegantes se tratase, la frase de Verri, quien se destacó como un defensor incondicional del ensayo «De los delitos y las penas», del jurista Cesare Beccaria, podría perfectamente definir a un ultraligero: una aeronave con escasa capacidad de carga, poca potencia y limitada autonomía de vuelo, pero que en cambio resulta idónea para desplazamientos cortos, por su rápida puesta a punto y su escaso consumo, y supone un complemento ideal para actividades recreativas.

Impartido por el profesor Ricardo Fernández e incluido dentro del Fondo Social Europeo, lo que dota al curso de un carácter ocupacional e incluye la imposición de un 20 por ciento de desempleados por clase, una docena de alumnos se iniciaron el pasado 29 de septiembre en el mundo de la mecánica de ultraligeros, aeronaves cuyo peso máximo, incluidos carga y pasajeros, no debe superar los 450 kilos.

«Siempre me interesó mucho la aviación y, de hecho, pretendo formarme como técnico de mantenimiento aeronáutico», comenta el alumno Juan Iglesias, técnico superior de electromecánica y que curiosamente afirmó haberse enterado de la existencia del curso «en un anuncio que vi un domingo en las páginas de LA NUEVA ESPAÑA». Para Iglesias, la experiencia «no ha podido ser más positiva», puesto que, además de una introducción a su disciplina vocacional, ha podido descubrir el mundo de los ultraligeros, «que, aunque pensaba que eran muy inestables, son más seguros de lo que parece».

Dentro de la materia del curso, los alumnos analizaron especialmente la mecánica de los motores de los ultraligeros. «Son motores bastante sencillos, de 2 o 4 tiempos, como los de las motos, por poner un ejemplo cercano», afirma José Vicente Mallada. «La base es la misma que la de un coche», continúa Mallada, «aunque éstos son más sencillos». Al igual que Iglesias, Mallada confirma las buenas sensaciones que le ha dejado el curso. «Soy muy aficionado a la mecánica desde hace 25 años», indica Mallada. «Y de hecho he trabajado con distintos motores, por lo que me siento muy a gusto en este tipo de actividad».

Las argumentaciones de Mallada no son de recibo. Los alumnos montan y desmontan incansablemente diversos tipos de motores, todos ellos válidos para hacer volar un ultraligero, y siempre tratando de pulir sus defectos, de corregir errores. En ese taller, los alumnos emularon durante seis semanas al mítico Dédalo, el arquitecto que diseñó el laberinto de Creta, en el que se hallaba preso el Minotauro, y que quiso escapar de la ínsula helena por medio de unas alas fabricadas con cera y plumas.

Pese a que Dédalo, pionero de la aviación cuya leyenda se pierde en la noche de los tiempos, logró evadirse con éxito, su hijo Ícaro, joven e impetuoso, se acercó demasiado al sol, y quemó sus alas. Esa imprudencia, que derivó en la muerte del joven, cubrió con un halo trágico la gesta del arquitecto, su historia fue el primer paso en la conquista del aire. Lástima que no tuviese a su alcance un motor de cuatro tiempos.