San Juan de Villapañada

(Grado),

Lorena VALDÉS

Domingo Ugarte cuida desde hace veinte días de los peregrinos a su llegada al albergue de San Juan de Villapañada, en Grado. Este moscón cubre la plaza que Poldo, encargado de dar la bienvenida a los peregrinos, dejó vacante al ser hospitalizado. Más allá de recibirles, sellar sus credenciales o cumplir con el papeleo de rigor, Domingo Ugarte se preocupa del descanso de los caminantes y les colma de atenciones. «Yo subía a menudo al albergue y un día me enteré de que Poldo estaba ingresado y me ofrecí voluntario en el Ayuntamiento para echar una mano hasta que él se mejore. Me daba pena que los peregrinos llegasen aquí y estuvieran solos».

Domingo Ugarte se ha tomado muy en serio su nueva tarea y la desempeña a la perfección. «Hay gente que colabora y lo deja todo impecable, pero otros no friegan los cacharros ni pasan una bayeta. Así que yo asumo muchas veces esas labores para que los que lleguen nuevos lo encuentren todo a punto».

En los meses de julio y agosto el albergue de peregrinos de San Juan de Villapañada cuelga muchos días el cartel de completo. «Estamos a tope, muchas noches tenemos que poner algún colchón de más para que la gente pueda dormir», explica el guardés del albergue.

Domingo Ugarte no tiene problemas con los idiomas, a pesar de que cada día tiene que relacionarse con alemanes, franceses e incluso canadienses. «Me sorprende que estos últimos aprenden mucho español durante el camino de Irún a Grado». Y si falla la palabra, siempre queda el lenguaje no verbal. «Los signos son internacionales, así que me entiendo perfectamente con todos».

Cae la tarde en San Juan de Villapañada y llegan los últimos peregrinos del día. Tras un último repecho en el camino, que se hace eterno, los viajeros acusan el cansancio. «Algunos llegan sin comida y no los voy a dejar sin cenar, así que hago de taxista y los bajo a Grado para que hagan la compra», cuenta este moscón que visita el albergue todos los días de la semana al menos en dos ocasiones.

Domingo Ugarte conoce bien el Camino de Santiago, ya que el año pasado hizo el recorrido primitivo y, pocos meses después, el de la costa desde Avilés. «Me dio un infarto y me recomendaron caminar, así que me animé; lo hice poco a poco, sin prisas. «Es una experiencia que no se debería perder nadie. El Camino a Santiago hay que hacerlo al menos una vez en la vida», concluye este voluntario.