Candás,

Braulio FERNÁNDEZ

Albo dijo ayer adiós a Candás, al producirse de manera oficial el cierre de la conservera, y lo hizo de forma traumática. La ruptura del acuerdo entre empresa y sindicatos, firmado el pasado 20 de julio, que fijaba los finiquitos de los trabajadores, provocó el desconcierto de éstos que, sin sus asesores legales presentes, se manifestaron espontáneamente cortando al tráfico el centro de la capital carreñense.

La empresa trató de hacer firmar a los empleados una renuncia a acudir a la vía judicial para reclamar, así como un acuerdo de conformidad con lo percibido. Se les presionó diciendo que si no firmaban, tenían que acudir al nuevo centro de trabajo en Vigo el próximo lunes, o serían despedidos procedentemente. La intervención del alcalde de Carreño, Ángel Riego, proponiéndoles la presencia de un notario que certificase la disconformidad de los trabajadores, calmó algo la situación, pero no del todo.

La ajetreada jornada empezó poco después de las diez de la mañana. Los trabajadores, ataviados con sus ropas de faena, fueron pasando por los despachos de la dirección de la empresa, donde se encontraba el gabinete jurídico de la firma junto al gerente de la planta candasina, Gonzaga Gómez Albo. La conservera incumplió el acuerdo firmado entre agentes sociales y Consejería de Industria el pasado 20 de julio, «no reconociendo la antigüedad de algunos trabajadores y, por tanto, mermando sus finiquitos», según explicó uno de ellos, José Ramón Rodríguez. Esto y la reducción de los días adeudados por año, de los 40 pactados a los 20, provocaron la indignación entre los discontinuos.

Y los ánimos se caldearon. Las empleadas cortaron la avenida Constitución, en su enlace con las calles Pedro Herrero y Carlos Albo Kay, lo que frenó el tráfico cerca de una hora. Las trabajadoras se sentaron sobre el asfalto negándose a firmar lo propuesto por Albo. No tenían representantes sindicales que las asesorasen y se sentían «engañadas». Sólo la intervención del Alcalde sirvió como atenuante, tras proponerles la presencia de un notario que levantase acta de su disconformidad y de la «coacción» de la que habían sido víctimas. El notario acudió, pero ni siquiera fue recibido por la empresa. Los discontinuos no firmaron. El lunes, según la dirección, deben trabajar en Vigo, a las ocho de la mañana.

Candás, B. FERNÁNDEZ

Hoy es el primer día en 114 años en que Albo ya no está operativa en Candás. La conservera cerró ayer y hubo ruido en su marcha, el provocado por una treintena de trabajadores disconformes con el finiquito. Pero, sobre todo, hubo lágrimas, porque la mayoría no ha trabajado en otra cosa en su vida, la conservera forma parte de ella, y también de Candás. «A partir del lunes a buscar trabajo», decía una empleada vestida de calle y con dos bolsas de ropa sostenidas por sus manos. Algunas quemaron el atuendo. Formaban parte de una cola de mujeres saliendo de los vestuarios de la empresa con la palabra «pena» en la boca y reflejada en el rostro. Tras echar un último vistazo al interior del almacén, donde en algunos casos se dejan cuatro décadas de dedicación, miraban al frente mientras recorrían la calle Carlos Albo Kay por última vez al salir de trabajar.

La jornada tuvo también sustos. Cuando sólo faltaba poco más de hora y media para el cierre de la fábrica, el notario municipal no había acudido aún para dar fe de su disconformidad con el acuerdo. El titular de Candás estaba de vacaciones y había que ir a buscar a Llanes a su suplente. Hasta allí se fue un trabajador para trasladarlo a la villa. Llegó faltando diez minutos, y de poco sirvió en ese momento, porque igual que entró, salió (no lo recibieron los representantes de la empresa), no sin antes atestiguar ante los trabajadores que levantaría acta de lo que allí había acaecido.

«Lo peor de todo no es que la empresa cierre, sino cómo se ha comportado», explicaba indignado y sofocado uno de los empleados, José Ramón Rodríguez, quien no entiende «por qué a algunos discontinuos, con 26 años de trabajo, no se les reconocen los servicios prestados». Después llegó el momento de las despedidas y el cierre, literal, de la fábrica. El responsable de ejecutarlo, uno de los encargados y el único empleado que el lunes sí estará en Vigo, declinó hacerlo. Su lugar fue ocupado por uno de los pocos que podrá jubilarse tras el fin de Albo. Él fue el último en salir de la centenaria empresa, precedido por el director, Gonzaga Gómez Albo, en silencio, acompañado del abogado de la firma. Con las prisas por cerrar Albo se dejaron abierta la puerta de uno de los almacenes, llena de latas de bonito.