Dinu Mihailescu es un pianista que, a pesar de su juventud, tiene ganada la confianza. Así quedó patente en el concierto del viernes del Festival de Música de Candás «José Luis Vega "Pelís"», cuando el pianista rumano regresó, un año más, al escenario del ciclo. Mihailescu se ha convertido en una figura emergente del piano internacional, como lo demuestra su currículum y, en la práctica más cercana, sus apariciones desde el año 2006 en los conciertos del Festival de Piano candasín. Mihailescu trajo hasta la última edición del certamen a uno de los compositores predilectos en su repertorio, Mozart, en el «Concierto n.º 12, en la mayor» del compositor salzburgués. El aplomo y la exquisitez fueron dos constantes en la interpretación de un pianista verdaderamente creíble. Se esperan grandes éxitos y aportaciones al instrumento por su parte.

El «Concierto n.º 12 para piano» de Mozart es un buen ejemplo de la tan sólo aparente sencillez con la que escribió el autor. Sus páginas son lúcidas y accesibles al oído, y el control sobre el toque y la articulación al piano se convierten en reto para lograr un sonido diáfano y perlado que, en el caso de Mihailescu, se alcanzó. El pianista rumano logró una calidad de sonido excelente, ajustada así al estilo interpretativo correspondiente. Además, Mihailescu ofreció ricos recursos expresivos, con un gusto refinado, dentro de los ámbitos compositivos en los que se circunscribe la obra clásica. De este modo, la evolución de los fraseos de la obra fue uno de los aspectos especialmente interesantes del solista en el concierto.

Junto a Mihailescu estuvo la Orquesta Sinfónica «Ciudad de Gijón» (OSCGI), con su titular al frente del concierto, Oliver Díaz. La orquesta mantuvo una interpretación depurada y lúcida durante todo el concierto. Así, en el popular «Adagio para cuerdas» de Barber se cuidó el equilibrio de volúmenes entre la cuerda aguda y grave, en un tiempo más lento de lo habitual, como recreándose en el camino de esa curva ascendente en la que se basa la página. Muy ajustada estuvo la OSCGI en el concierto para piano, de una instrumentación sencilla, pero en la que la inspiración melódica de solista y orquesta se combinan. La OSCGI cerró con otra obra de Mozart, la conocida «Sinfonía n.º 40, en sol menor». La obra sonó enérgica y emotiva, con la vuelta de tuerca necesaria a la expresión del concierto anterior para piano. Las dinámicas, los registros y la articulación del sonido fueron los elementos musicales a través de los que la orquesta, con su cuidado, hizo un buen papel de estilo.