Corría el reinado de Alfonso I «el Batallador», rey de Aragón y Navarra de 1104 a 1134. El conde de Alperche era un caballero aragonés, llamado don Rotón o Rotrón, que conquistó Tudela en 1114 por orden del Alfonso I, a quien había acompañado al sitio de Zaragoza. El rey le cedió en feudo la villa de Tudela y el señorío sobre uno de los barrios de la capital.

El absurdo y contradictorio testamento del Batallador determinó la separación de Navarra y Aragón. Se planteó un problema sucesorio de incertidumbre que originó guerras intestinas, hasta que los dirigentes navarros alzaron por rey suyo a uno de los magnates, García Ramírez «el Restaurador», descendiente de los antiguos monarcas por línea bastarda. G. Ramírez era nieto de Sancho el gran soberano y del Cid Campeador al par. El Restaurador hubo de hacer frente para defender a su reino de las ambiciones aragonesas y castellanas alternando hostilidades, concordias, reconciliaciones, y resistir la falta de reconocimiento pontificio respecto a su carácter real. De su primera esposa, Mergelina (Margarita), nacieron su sucesor, Sancho «el Sabio», y sus dos hijas, Blanca (esposa de Sancho III «el Deseado» de Castilla, hijo de Alfonso VII) y Margarita; y de la segunda esposa, la Urraca asturiana (que era hija bastarda del mismo Alfonso VII y la admirada dama asturiana doña Gontrodo Pérez), nació su hija Sancha. García Ramírez, rey de Navarra, señor de Monzón y Tudela, casado en segundas nupcias en 1144, fallece en un accidente de caza en 1150, y Urraca al quedar viuda es nombrada por su padre, Alfonso VII «el Emperador», gobernadora de Asturias.

Con estos ingredientes Luis de Eguilaz escribe «El molinero de Subiza», zarzuela histórico-romancesca en tres actos en verso. Cristóbal Oudrid, popular compositor, recurre a su rica imaginación para engalanar dicha zarzuela, con melodías muy bellas y dramáticas. Y Diego Luque dirige y ensaya esta composición dramática puesta en escena con tanta belleza y exactitud histórica, la cual contribuyó poderosamente al éxito cuando fue representada el 21/12/1870 en el Teatro de la Zarzuela de la calle Jovellanos de Madrid, que el 19/4/1871 llevaba ya 30 representaciones consecutivas sin señales de que por entonces terminase esta larga serie.

Así que se inspira esta obra en aquellos tiempos del siglo XII en la cuenca de Pamplona, y se sitúa la acción cerca de los montes de Subiza, mezclándose la ficción con la realidad.

En las luchas por el trono cae herido García Ramírez, y hasta tanto no consiguen aliados que propicien la victoria han de mantener oculto en un molino al futuro rey, que se hace llamar Gonzalo para no infundir sospechas. En Guillén Rotrón, conde de Alperche, tiene su más leal y fiel partidario, pero por el carácter impulsivo de éste temen que inoportunamente le proclame rey y no le revelen a quien encubre el convaleciente personaje, al que precisamente la hija de Rotrón (Blanca Mergelina en la ficción) disfrazada de pastora hizo de enfermera providencial para la pronta recuperación del malherido guerrero. Estos jóvenes se enamoran ajenos al conocimiento respectivo de sus verdaderas identidades.

El de Alperche, que en las lides perdió a sus gentes y el condado, desesperado, recurre al arribista, presuntuoso, insolente, impertinente y majadero conde don Gil, y para ganárselo como aliado para la causa de García Ramírez le otorga a su hija Blanca Mergelina, a cuya decisión se suma en última instancia el propio García Ramírez (Gonzalo en el incógnito) ignorando que se trata de la pastora de sus amores.

En abril, en torno a una procesión religiosa y un molino de Subiza en el que estaba camuflado Gonzalo, se va desvelando el intríngulis que produce las tribulaciones ilativas a la narración de los hechos.

A tenor de esta situación los personajes principales deberían intervenir turnándose según el argumento de Eguilaz, mas el maestro Oudrid en este pasaje de la obra se salta a la torera lo previsto, corrige y resume con la famosa salve, cantada a dos voces, con el intercalado trino, lamento de Blanca, para concluir con esta escena el primer acto de esta zarzuela en la que para efectos de lo que a Candás interesa sobran los otros dos actos.

Transcurridos más de veinte años desde el estreno de esta zarzuela, a un candasín que la vio en una de sus reposiciones le gustó tanto la salve a dos voces que se canta en «El molinero de Subiza» que se la recomendó al organista de Candás, don Medardo Carreño Suárez, con el propósito de que la incorporase para enaltecer la tradicional ceremonia religiosa del Sábado de Gloria, en la que ya se cantaba la antiquísima plegaria «Al alegre son despierta».

Qué más quiso don Medardo, que era un gran músico. Propuesto y hecho, así que esta salve ya se empezó a cantar en Candás en los últimos años del siglo XIX, sólo por 36 voces de hombres, en arreglo de don Medardo, que la armonizó a cinco voces, algo más complicada que la que habitualmente comprende el amplio ciclo de «Sarito Pascual», que se canta a tres, cuyo brillante agudo final es una aportación de Pedro Braña en 1974, pero suprimiendo el trino que tantos años interpretó Rosaura emulando tanto a la Blanca de zarzuela como a la inolvidable candasina Olvido, pero somos muchos los que echamos de menos a Rosaura.

A esta salve, después, a los pocos años, se agregaron voces femeninas, a la vez que se empezó a cantar también el Domingo de Pascua de Resurrección, aunque, por diversos motivos, estas ceremonias dejaron de celebrarse algunos años.

El argumento que empleó Luis Eguilaz para escribir dicha zarzuela, en la que Cristóbal Domingo Romualdo Ricardo Oudrid Segura (Badajoz 7/2/1825-12/3/1877), popular compositor, recurrió a su rica imaginación para engalanar dicha zarzuela, con melodías bellas y dramáticas.

En esta composición cuando (según el argumento de Eguilaz) los personajes principales deberían intervenir turnándose en el pasaje (que para Candás resultó fundamental), el maestro Oudrid se salta éste a la torera y lo resuelve introduciendo la famosa salve, que, de haber respetado el guión, tal vez la misma no se hubiese llegado a cantar en Candás.

Copiamos ahora lo sustituido pero incompleto una vez más, por razones de espacio:

«Escena XIV (...) Música.

Blanca: Salve, estrella de los cielos, / Virgen de sin par belleza. / Salve, fuente de pureza, / llama del divino ardor. / (¡A mi pecho desgarrado / tu cariño dé reposo! / Madre del amor hermoso, / vela por mi hermoso amor!).

Guillén: Salve, estrella matutina, / Virgen de sin par belleza. / Salve, fuente de pureza, / llama del divino ardor. / (Por mi rey y por mi patria / doy su vida y su reposo. / Padre amante y cariñoso, / sólo espero ya en tu amor).

Gonzalo: Salve, estrella matutina, / etcétera (por mi patria la he perdido; / salvación no se me alcanza. / A ti, Madre de esperanza, / te encomiendo nuestro amor).

Gil: Salve, estrella matutina, / etcétera (que Tudela mis pendones / flotar miren con asombro, / y yo en premio a tu hijo nombro / de mi casa protector).

Coro: Salve, estrella matutina, / etcétera (todo un pueblo tribulado / en ti cifra su esperanza. / Si eres fuente de bonanza, / no desoigas su clamor)».

A continuación van alternándose en su intervención Guillén, Gil, Guillén, Gil, Abad, Guillén, Gonzalo, Guillén, Gonzalo, Blanco, Gonzalo, Guillén (...).

Gonzalo: ¡Blanca!

Blanca: ¡Aparta!

Gonzalo: Nadie mira.

Blanca: La santa Virgen nos ve.

Coro general-conjunto: Salve, estrella de los cielos, / etcétera (Todo un pueblo atribulado / etcétera).

(Los conjurados, de rodillas a la izquierda; Blanca y Gonzalo, a la derecha; Guillén, en el centro. Por el fondo sigue la procesión dirigiéndose al monasterio. Va cayendo el telón lentamente)».

Aprovechando el coro candasín que canta la salve, ¿no se podría algún año, en la tarde de una Pascua, complementar con el argumento expuesto en síntesis una función en el Teatro Prendes de Candás? Tengo a disposición de quien o quienes pudiesen estar interesados tanto el libreto literario como las partituras en dos cuidados ejemplares.