Perlora (Carreño),

Marta LLORENTE /

Ricardo GONZÁLEZ

El estado que presenta la ciudad de vacaciones de Perlora, a día de hoy, es, prácticamente, de abandono: tuberías oxidadas, contenedores de basura con pintadas e incluso grietas por las paredes y el suelo. Aquello ya no es lo que era después de cuatro años del cierre. Acercarse a la zona es encontrarse con un lugar, de unos 3,5 kilómetros cuadrados, completamente deteriorado y desértico. El ambiente que se puede ver por allí es variopinto. Por un lado, están los bañistas que deciden acercarse a la cercana playa de Carranques a pasar el día y utilizan la antigua Ciudad de Vacaciones como parking para sus vehículos; y por otro, hay quienes deciden «ocupar» los jardines de las villas para tomar el sol y disfrutar de la sombra que proyecta el tejado de las viviendas para pasar un día playero sustituyendo la arena por una explanada de hierba seca con algún que otro montículo de tierra.

LA NUEVA ESPAÑA se ha acercado a la zona para pulsar la opinión de los vecinos y veraneantes que frecuentan el complejo. Y es que en esta época estival son muchos los que no dudan en tirar su toalla en los jardines de las viviendas y rememorar así sus estancias veraniegas, hace ya unos años, en el lugar.

En la zona, también hay jardineros y dos vigilantes de seguridad. Éstos últimos se encuentran allí para controlar la zona y evitar que grupos de «okupas» invadan las viviendas, ya que «es una zona muy golosa para ellos», explican. Mientras la ciudad de vacaciones siga en ese estado, ellos permanecerán allí vigilando la zona. «No es la primera vez que tenemos que echar a gente que quería entrar en las viviendas», explican.

María Luisa González, que se encontraba dando un paseo por la zona con su hijo y su madre, acudió durante quince años a veranear a la Ciudad de Vacaciones de Perlora y ayer, después de cinco años sin volver allí, aseguró: «Me da mucha pena verlo así, es muy triste». Su madre, María Luis García, cree que «la mejor solución es que vendan las villas a propietarios individuales para que vuelva a ser como antes». La familia recordaba lo que disfrutaban allí en los veranos de los años sesenta: «Había un cine, un futbolín, un campo de golf e incluso un pequeño centro de salud y supermercados. Era una pequeña ciudad con todo tipo de servicios». Ahora volver allí es todo un recuerdo para ellos. Sólo eso.

Los ovetenses Clemente Bautista y María del Carmen Fernández jugaron a las palas en un jardín de una de las casas: «Da mucha pena ver en que acabó esto. Ya sabíamos que estaba abandonado y cuando vinimos nos esperábamos encontrar algo así».

José Fernández, de Mieres, a menudo acude a la ciudad de vacaciones a pasar el día. «Sé de gente de Mieres que volvería a veranear aquí si esto estuviese abierto», asegura.