José Julio Velasco se convirtió días atrás en hijo adoptivo de Villardeveyo, con la satisfacción añadida de poder compartir la distinción con los vecinos, que era una de sus mayores alegrías. Creo conocer bien, o al menos bastante bien, a José Julio y entiendo que su distinción es la de toda una parroquia que le concedió el galardón por unanimidad, a pesar de que premiar a un cura no suele ser habitual. Por eso sostengo que la comisión que le eligió dio muestras de valentía, de independencia y de libertad. Pero entiendo también que han acertado plenamente, porque no habían podido haber hecho mejor elección. Han elegido a una persona que lleva tiempo luchando por los más necesitados, por los angustiados morales, incluso por los reclusos que se encuentran en Villabona, y siendo un vecino más, acercándose a ellos sin complejo y poniéndose a su disposición sin reservas. Eso sin tener en cuenta sus esfuerzos continuos para sacar a la juventud del ostracismo y el aburrimiento, buscando para ellos un entretenimiento y unas actividades que les apartaran de la rutina. O sea, que ha sido un vecino más, acercándose a ellos sin complejo y poniéndose a su disposición sin reservas. El acto tuvo lugar en la iglesia parroquial de Villardeveyo, tan repleta de público que se hizo necesario tratar de buscar un lugar en el que situarse con horas de antelación. No me extraña por ello que la colectividad se mostrara nerviosa, excitada y emocionada, cuidando todos los detalles para que el acto resultara impecable. Por eso antes de que el cardenal Francisco Álvarez, todo un referente moral para José Julio, iniciase la misa a la una del mediodía, la iglesia estaba rebosante de alegría, de sentimientos, de nervios y de expectación a la espera de que el acto se pusiese en marcha. Llegaron las autoridades y un José Julio nervioso y ausente permanecía al pie del altar a la espera de que se leyera el acta de nombramiento. Tras unas palabras luego de una persona que trazó una biografía de los méritos, le correspondió a José Julio intervenir para agradecer a la comunidad vecinal tantas muestras de gratitud demostradas, hasta el punto de tenerlo como un llanerano más, teniendo igualmente palabras de hijo agradecido para las cinco miembros de su familia. Luego recibió el pergamino del nombramiento, que le fue entregado de manos del cardenal Francisco Álvarez. Luego se le impuso al cuello un pañuelo de Asturias y en la cabeza una montera picona conmemorativa del día. La coral interpretó el himno de Llanera y las gaitas acompañaron a los asistentes a la salida, en donde había sido montada una fiesta y un aperitivo para todos los vecinos. Fue un momento especial, aquel en el que los vecinos pudieron abrazar a José Julio sin trabas, de manera espontánea y sentida, contagiando una alegría indescriptible, como si encontrasen en José Julio el mejor valedor de sus necesidades e inquietudes.