Candás,

Braulio FERNÁNDEZ

Estaban ahí pero nadie había reparado en ellas. Cuando la empresa encargada de levantar el Museo de la Conserva de Candás entró la pasada semana en la derruida fábrica de Ortiz se encontró con tres piezas de arqueología industrial. Tres vestigios de los años cuarenta en los que Candás olía a salazón. Se trata de dos autoclaves y una caldera, o lo que los expertos definen como los motores de la fabricación del pescado enlatado. Tres piezas que encontrarán descanso momentáneo en un almacén de la villa, a la espera de poder ser restauradas para formar parte de la colección que se exhiba en el museo que ahora se levanta bajo sus pies de hierro.

De las tres es poco probable que una de las autoclaves pueda ser recuperada, mientras que la caldera presenta también dificultades, principalmente por las dudas que genera la forma en que será sustraída del lugar donde se encuentra, anclada al suelo y a la pared de la fábrica. Sin embargo, se da casi por seguro que una de las autoclaves podrá ser recuperada. Se trata de una pieza fundamental en la elaboración de la conserva, ya que servía para esterilizar el alimento, mediante un proceso en el que el vapor y el calor eliminaban las bacterias del pescado.

«Una de las autoclaves se encuentra muy deteriorada y es irrecuperable, pero otra tiene hasta la tapa; con un chorreo de arena, para quitarle el óxido, y una capa de pintura estará visible», explica el experto en la materia Miguel Fernández. Las autoclaves eran, según apunta, elementos fundamentales de la fabricación de la conserva. Servían para esterilizar el alimento, en un horno en el que las latas se introducían abiertas en unas jaulas que se colocaban a algo que se asemeja al baño María. Lo tenían todas las fábricas, y con algunas modificaciones aún se sigue empleando hoy en día. «Es el método tradicional para la correcta conservación de los alimentos», añade Fernández.

En la autoclave, la conserva se encuentra a una temperatura entre 150 y 200 grados, «lo que permite la esterilización del contenido gracias al vapor y a las altas temperaturas».

Las autoclaves de la fábrica de Ortiz nacieron con la propia empresa, a finales de los años cuarenta, y desde entonces han permanecido ancladas al suelo de la factoría candasina. «Son de la posguerra y la marca de fabricación está borrada», añade Fernández. No sucede lo mismo con la caldera de Ortiz, de tipo Turgan y fabricada por la Sociedad Anónima Balenciaga, de Zumaia, en Guipúzcoa. «La caldera daba energía a toda la fábrica y, por lo tanto, era un elemento fundamental», relata el historiador. «Es similar a la de los barcos de vapor de la época, aunque un poco más grande», dice, recordando que, como las autoclaves, la caldera es también de los años cuarenta, por lo que estuvo en funcionamiento durante más de tres décadas.

Una caldera similar a la de Ortiz existe también en la fábrica recién cerrada de Albo en Candás, incluso en mejor estado de conservación, apunta el experto. Antiguamente las calderas eran de carbón, pero la de Ortiz es de gasóleo, que se almacenaba en la parte de debajo de su estructura. Está situada al lado de la chimenea, aferrada a ella, y esperando a ser devuelta pronto al espacio que la vio nacer: una fábrica de conservas de Candás.