Candás ha visto renovada este año la estructura de madera que, situada en la calle Gabiana a modo de bocamina, simboliza desde 1998 el hermanamiento asturiano entre la mina y la mar. El monumento, en cuyas periódicas restauraciones han venido colaborando entibadores mineros de la cuenca del Nalón, cobija desde entonces una gran ancla cedida por el puerto gijonés al Ayuntamiento local, para los actos que instauraron los concejos de Langreo y Carreño.

Poco o nada se ha hablado de esta áncora que tiene tras de sí una peculiar historia. Consta de un solo brazo, lo que la hacía recomendable como peso muerto para usar en los arsenales a los que sujetar los buques y plataformas flotantes. Se clavaba al fondo por arrastre, siendo capaz de empotrarse por accionamiento vertical. Dispone de una horquilla en su parte inferior para sostenerla y una vez suelta facilita su penetración en el lecho marino aprovechando su propio peso. También para desenterrarla, llegado el caso.

Su verdadero valor viene determinado por la antigüedad de la pieza y el hecho de que sea poco corriente en la actual tipología de anclajes, tal y como afirman varios marinos consultados y la persona que la extrajo de la costa gijonesa, a mediados de los años ochenta, Maximino Canteli, responsable de la empresa Gijonesa de Actividades Subacuáticas, Sociedad Limitada.

Habría pertenecido al carguero de pabellón liberiano «Newcrest», encallado en los bajos del Cerro de Santa Catalina en febrero de 1983 cuando llegaba remolcado desde Inglaterra, vía Santander, para ser desguazado en San Esteban de Pravia. El barco, sin tripulación, procedía del puerto de Falmouth, remolcado por el «Faneca», de la compañía Remolques y Servicios Marítimos de Santander. Ambos barcos intentaron buscar abrigo en el puerto de El Musel como consecuencia del fuerte temporal. Sin embargo, en la madrugada del 7 de febrero rompieron las amarras y el mercante, a la deriva, se estrelló en el «pedrero» de Santa Catalina, debajo del lugar conocido como el «Apagaderu».

El buque «Newcrest», de 147,33 metros de eslora, se botó en 1959 en Belfast tras cinco años de construcción. Inicialmente se denominó «Ashbank», pero fue renombrado como «Newcrest» en 1976, al cambiar de propietario, pasando a manos de la compañía Crest Shipping Ltd., de Liberia.

Tras su naufragio en Gijón, las tareas de desguace duraron varios meses, y cerca de dos años después Maximino Canteli localizó el ancla como parte de los restos. «Supongo que quedó perdida, la saqué con un globo de elevación y el coste fue más que lo que valía», asegura.

El artefacto -que a algunos capitanes les recuerda al modelo conocido como de arado- correspondería al ancla de respeto o de la esperanza. Es decir, aquellas que van a popa y se utilizan en casos de emergencia o como reemplazo de las anclas de leva (o de trabajo), que son las que se aprecian a proa en las imágenes del embarrancamiento del «Newcrest» en Gijón, listas para fondear.

Desde 1985 permaneció depositada en El Musel, hasta que en 1998 el Ayuntamiento de Carreño requirió a la Autoridad Portuaria un ancla para formar parte del monumento a la mina y la mar. Tras su cesión y traslado, es el lugar que hoy ocupa.