Perlora, M. GANCEDO

Las calles desiertas, los establecimientos cerrados y las aceras llenas de hojas revelan que la Ciudad de Vacaciones de Perlora hace tiempo que se perdió en el olvido. Lo que en otro tiempo fueron vastas avenidas repletas de familias obreras, con su trajín diario, no son más que calles de asfalto sin vida. «La dejaron morir». Así define Ernesto Junquera, un vecino de la localidad, la situación en la que se encuentra este complejo vacacional.

Nació en 1954 para ofrecer unas vacaciones quincenales a los empleados de la industria y la minería de toda España. Tras el cierre definitivo del complejo hace cinco años, las quejas de vecinos y hosteleros para que se reabran han sido constantes, una vez que ha quedado aparcado -por la crisis- el proyecto para transformar la ciudad en un complejo turístico.

Como explica Eva Suárez, responsable del hotel El Carmen: «Lo bueno salpica a lo bueno». Sus padres son propietarios del hotel desde hace más de cuatro décadas, por lo que ha conocido el nacimiento, auge y declive del complejo vacacional. «Debería estar abierto». Así de tajante se muestra María Rosa Rodríguez, empleada del café-bar El Paseo. «El turismo ha caído más de la mitad», añade.

La urbanización no era únicamente un lugar de vacaciones, sino una oportunidad de trabajo para más de doscientas personas, que se encargaban de la seguridad, la alimentación y el cuidado de dos mil familias. Con el cierre, estos empleados tuvieron que reubicarse. Entre ellos, Imelda Rodríguez. Ella y su hermana trabajaban en el comedor de la ciudad de vacaciones. Ahora lo hacen en Gijón. Con la ley de su lado, siguen conservando su casa en el complejo. Llevan desde los 14 años viviendo en la localidad, por lo que han sido testigos de todo el proceso. «Hay casas que están sin estrenar», asegura Imelda Rodríguez.

«En apenas un año se fueron cerrando todas las casas, se decretó que había aluminosis en la residencia y, desde que se demolió, la ciudad fue dejada a su suerte», lamenta. Esta inquilina peleona asegura que no se siente desprotegida: «La Guardia Civil hace su ronda por aquí a menudo para evitar ocupaciones ilegales», asegura.

Aun así los vecinos de la zona consideran que no es suficiente. Alba García cree que «alguien debería poner normas de civismo. Es una ciudad sin ley», se queja.

Ese pensamiento es compartido por José María Fernández: «Los fines de semana cada uno aparca donde le da la gana». Y es que durante los sábados y domingos soleados «no cabe ni un alma», asegura Laudi Aguado, quien pasea todos los días por las calles vacías acompañada de una amiga. Y es que el complejo vacacional se ha convertido en una zona de ocio libre. Se aprovechan las canchas de tenis y las aceras para correr o pasear. Los parques siguen divirtiendo a los niños. «Pero da mucha pena ver estas casas deshabitadas», afirman.

El deterioro es tal que los tejados son arenisca y las humedades llenan las paredes. «Es prácticamente imposible salvarlas sin derribarlas», temen los vecinos.

«Muchas no pasarán de este invierno», asegura Laudi Aguado.