Esta villa de Candás es la encrucijada de una mística que produjo el espíritu cristiano: la leyenda del Cristo, imagen traída desde la costa irlandesa por los balleneros candasinos en un lejano siglo XVI. Este camarín del Cristo del Milagro de los mares del norte constituye en sí salida y meta de lo humano y divino: lugar de culto fervoroso, memoria de un peregrinar peripatético a esta villa donde nos encontramos, que lleva en sí impreso el sello de lo propio, del mar. No se puede prescindir del Cristo de Candás para contar la historia espiritual de Asturias. Mis vivencias festivas en Carreño son tres: la fiesta de Perlora, Nuestra Señora de los Remedios de Guimarán y el Cristo de Candás. Todos hemos cantado «Fui al Cristo y enamoréme / malhaya la namorá».

No soy de Candás, por ello en este pregón quiero haceros llegar lo que era esta villa para un niño y un joven de una aldea de Carreño, hacer una reivindicación de Carreño y una petición al Cristo ante la crisis. Nunca he tratado de disimular mi origen de aldea; más bien pienso que el tiempo acentúa su influencia. Mi infancia son recuerdos de La Rebollada de Guimarán, sintiendo cómo la humedad de la hierba de los prados se colaba en mis madreñas camino de la escuela; recuerdos que cada vez se hacen más cercanos y se engrandecen a mis ojos. (...) Mi parroquia, Guimarán, fue la capital del concejo hasta el siglo xiii, tuvo la capitalidad compartida con Candás hasta finales del xviii y volvió a recuperarla en el Trienio Liberal (1821-23). Allí aparece un antepasado mío como abanderado de la revuelta aldeana, José Cuervo Palacio, cuyos libros conservo. No pretendo ahora reivindicar capitalidad alguna. Soy feliz teniendo Candás como capital.

Candás era, y es, un pueblo abierto al mar con un puerto pesquero que era muy activo y una poderosa industria conservera, que lo diferenciaba del resto de las villas marineras de Asturias. Candás era, y es, una villa bien comunicada con Gijón y Avilés gracias al ferrocarril de Carreño, y también con Oviedo. Los candasinos eran, en mi recuerdo, graves, taciturnos, con un hablar y deje singular, de noble corazón, gentes que acogían, que no te hacían sentirte ajeno o inferior por ser de aldea. Hombres capaces de ser balleneros y de poner pleito a los delfines en 1624.

El puerto, el peso de la industria conservera y las comunicaciones explican esa capacidad que tiene Candás de integrar a gentes de todas partes de España, como ocurrió con la llegada de Ensidesa, y le permite en los últimos años seguir incorporando nuevos habitantes. Es un pueblo con raíces, por ello no teme perderlas con los nuevos candasinos, sino que, más bien al contrario, los hace suyos aunque nunca lleguen a hablar con el mismo el acento y deje. Candás era para mí el niño que se asombra ante el puerto cuando contaba con 72 barcos de pesca de vapor, 20 de motor y 45 de remos. Hoy quedan apenas una docena. Algo similar ha pasado con las conserveras. (...)

Candás era para mí el Ayuntamiento, La Baragaña con el cuartel de la Guardia Civil, el Banco Urquijo, Helados Helios, la calle Braulio Busto, el chalet y la fábrica de Alfajeme. Candás era el lugar adonde recurrir cuando en la aldea, siempre por problemas de enfermedad, se necesitaba el taxi de Fotingo-Bernardo, los fotógrafos Díaz, Fredi y Reija -en Perlora- para la foto de la escuela, comuniones, bodas, etcétera.

(...) Y también fue Candás, pensábamos, la que hizo desaparecer la arena de la playa de las Huelgas de Perlora, a la que iba los domingos, al ampliarse el espigón del puerto en 1957. De Candás venía el cambio de la comida en la aldea. Marta la pescadera, a quien me referiré más adelante, hacía que por unos días cambiáramos les berces y les fabes de todos los días por el pescado: chicharrinos, sardinas, bonito -tengo siempre como referencia el rollo de bonito que preparaba mi madre-, y en Navidad, besugo.

Candás era el teatro Apolo, con goteras incluidas, el teatro Prendes -1956- y el cine Avenida -1964-. Me trae a la memoria cómo los lunes al regresar de la escuela íbamos a ver a Manolín del Cabo cuando llindaba les vaques para que nos contara la película del sábado o del domingo que había visto en Candás. Lo hacía con tal realismo que cuando, pasados los años, veía las películas que él me había contado las identificaba inmediatamente y me resultaban ya conocidas en sus detalles: «Cuando ruge la marabunta», y un largo etcétera.

En la juventud uno se sentía cómodo y feliz en Candás; eran años vividos en los bailes en la Nozaleda de Perlora, el Manila, la verbena Santarúa, tras dejar la bicicleta en el tendejón de Casa Carretilla -mi familia-, para ocultar de dónde venías; pero al fin eras parte de Candás. Cuan distinto era el Valparaíso en Luanco, allí sentías la marginación. Al acercarte a una moza y ante la pregunta ¿bailas?, su mirada hacía innecesaria cualquier respuesta adicional. Luanco siempre fue algo diferente, frente a la apertura e integración de Candás, Luanco, tal vez por el trato con los veraneantes de Oviedo, discriminaba, te hacía sentirte fuera de lugar. Candás era la música para los acontecimientos de la aldea. La banda municipal y el maestro Antuña. Recuerdo la salve marinera como un momento especial (...).

Desde lo alto de la «Formiga» he visto Candás muchas veces. Desde allí ves la Ciudad Residencial de Perlora, y su abandono, abajo, la Palmera falta de arena. La villa ha crecido mucho, con cuestionables decisiones urbanísticas, como la destrucción del complejo conservero de Alfajeme, la desaparición de la Rula y la capilla de los Doce y la construcción del hotel de la entrada; pero siempre será un lugar bello y próximo. Gracias candasiones por hacer que nos sintiéramos bien los de la aldea.

Los aldeanos de Carreño somos gente de minifundio y, por tanto, de lindero. Tratamos de ensanchar la tierra, y eso sólo puede hacerse a costa de otras tierras aledañas, por eso la vigilamos y defendemos en momentos especiales, como ahora que los de Gijón nos quieren quitar Aboño y parte del Monte Areo.

Como recuerda y escribe Pedro de Silva, los carreñanos nos hemos visto obligados a defender siempre el lindero concejil del avasallador empuje del vecino Gijón. La ría de Aboño es la línea del frente. En esa línea se ha combatido, y se combate. Pudiera pensarse que la divisoria está en el río que discurre por el valle, mas no es así, porque los de Gijón movieron su cauce, y además no es río, sino ría. Los carreñanos hemos defendido sin éxito y con apoyo documental que es nuestro hasta la línea de máxima marea. Yo pienso que el límite está en la Campa Torres. El poder de la procónsul romana de la Campa Torres, la que fue alcaldesa de Gijón, Fernández Felgueroso, y del cónsul nos han querido mover el lindero y desplazarnos al interior. Los de Carreño seguiremos luchando, pues los aldeanos aceptamos todo menos que nos muevan los linderos. También debemos plantear con fuerza la divisoria del Monte Areo, donde una vez más nos quiere mover los lindes con motivo de unos yacimientos arqueológicos. No se ha conformado con destrozarnos la playa de Aboño, con llevar a Gijón nuestro Palacio de Valdés, sino que se apropian de lo nuestro e incluso cuando se escribe sobre nosotros nos definen como el «concejo satélite» de Gijón (Juan Antonio Cabezas), cuando deben saber que nunca giraremos en la órbita de nadie.

Pero no queda ahí el expolio de los de Oviedo, Gijón y Avilés, se apropian de los carreñenses más preclaros. (...) En primer lugar, y aunque los de Oviedo no lo quieran reconocer, pueden disfrutar del Palacio de Bellas Artes y del espléndido edificio del hospicio, hoy hotel de la Reconquista, gracias a dos hombres de Candás: Manuel Regueras y Pedro Antonio Menéndez. Más aún, digo que sufrimos el expolio de las villas cercanas, como ocurre con el gran pintor del siglo diecisiete, pintor de cámara de Carlos II, Juan Carreño Miranda, quien, a pesar del apellido, figura en los libros como nacido en Avilés (...). En literatura tenemos que defender al poeta Antón de Marirreguera y a Leopoldo Enrique García Alas Ureño -Clarín-, hijo y nieto de carreñenses. (...) Otra apropiación la sufrimos con la novela «José», de Armando Palacio Valdés, de costumbres marineras, ya que al dar el autor al pueblo del personaje el nombre de Rodillero, la similitud fonética hace pensar en Cudillero, y así lo vemos escrito, cuando está describiendo Candás, lugar que tan bien conocía el novelista, que veraneaba en él.

Carreño, pues, ha sido un concejo expoliado, lo que hemos sufrido con resignación, aunque ahora parecen amenazarnos nuevas agresiones. Según los de Oviedo -me refiero a los que ejercen el poder y en algunos casos la autoridad-, resulta que hablamos una variante de bable definido como «bable del Cabo Peñas», lo cual nos hiere, desconocen el hablar de Candás, y encima nos dicen que mi pueblo ya no se llama como siempre, sino como dicta la Academia de la Llingua de Oviedo, Prendes ya no es Prendes, sino «Priendes», y La Rebollada también me la cambian. (...)

Triste destino al que nos enfrentamos los de Carreño, primero se apropian de nuestros hombres, no sabemos ni lo que hablamos, ni el nombre del lugar donde nacimos, y finalmente, los de Gijón nos quieren mover los «finxos» -los lindes.

Termino con unas cortas reflexiones económicas, ya que, al recibir la amable invitación y preguntar de qué podía hablar, me indicaron, ¡de economía! Me temo que ante la crisis en lugar de escuchar a los economistas es mejor rezar y rogar al Cristo. (...) En todo caso, siguen plenamente vigentes las soluciones a los problemas económicos que proponía Jovellanos: «Libertad, luces y auxilios».

En el ámbito de la economía mi pensamiento fue enriquecido por las ideas económicas de mi abuelo, mis padres y de Marta, la pescadera de Candás. Mi abuelo tenía tres principios básicos: «No hay peor cosa que una casa sin amo» -es decir, la propiedad privada es fundamental-; «el ojo del amo engorda el caballo», o sea, los incentivos, el beneficio, son importantes; y, «nietín, desengáñate, aléjate de teorías, cortando co? se aprenda a capar», es decir, cíñete a las ciencias útiles. (...)

Al analizar sectores económicos de Carreño, es evidente que agricultura y ganadería han perdido peso. (...) La industria actual de Carreño está concentrada en los extremos, Ensidesa, en Tabaza; en Aboño, la cementera y la térmica; los polígonos industriales de La Granda-Logrezana y el Bosque de la Voz en Prendes. La industria conservera se nos fue de Candás. (...) Sé que no es fácil hablar de polígonos industriales y de cluster de industrias, pero no se pueden mantener las fábricas tradicionales, y menos en las villas, en el casco urbano. El futuro exige disponibilidad de espacio para la industria y los servicios. La industria explicó la prosperidad de Candás en los primeros años del siglo pasado. Tal vez por ello nuestros dirigentes empresariales y sindicales, que provienen en su mayoría de ella, siguen pensando que industria o nada. El futuro de nuestro concejo tiene que ver con espacio para la empresa pequeña y especializada, y con los servicios. (...)

Los servicios de valor añadido se fundamentan en la I+D, y el capital humano cualificado no debe ser minusvalorado, ni tampoco debe confundirse con museos, rutas y sendas. Ahora tenemos el proyecto del Museo de la Conserva, la rehabilitación del edificio de Ortiz, la feria dedicada a los enlatados, las jornadas del bonito, etcétera No podemos conformarnos con esto, porque podemos terminar con la senda de la vaca de los valles de Carreño y los centros de interpretación de la sidra o el maíz. No es justificable el abandono de la Ciudad Residencial de Perlora. (...)

Quién me iba a decir que un día, «post iucundam iuventutem», en el inicio de «la hora crepuscular y de retiro, hora de ocaso y de discreto beso», en palabras de Rubén Darío, iba a estar aquí con vosotros, en el Cristo de Candás. (...)

Me siento feliz en Candás como me sentía hace más de cincuenta años y, a modo de muñeca rusa, quisiera llevar un afecto dentro de otro afecto; uno dentro de otros quisiera llevaros a todos, a todos los amigos, los candasinos, los de la cabeza clara y abierta a la mar, al futuro.

Y ahora, a disfrutar, porque ya han comenzado las fiestas del Cristo de Candás.