Candás,

Braulio FERNÁNDEZ

Del mar y del viento es de lo que más saben los viejos de Candás. Es algo heredado de los tiempos en que la villa vivía de la pesca y se prestaba, por tanto, a los antojos de mareas y vendavales. Ahora que el siglo XX va quedando cada vez más lejos, esas inclemencias meteorológicas van perdiendo importancia y repercusión, pero siguen marcando el camino en días como el de ayer, el día grande de las fiestas del Cristo, en que todo va relacionado con el mar y los pescadores. El mar embravecido impidió la salida de los barcos en la Alborada y el viento casi acaba con las esperanzas de exhibir con orgullo al Cristo marinero de Asturias por las calles de Candás.

No hubo ofrenda floral en honor a los pescadores a mar abierto, pero sí la hubo desde el puerto, como también se desarrolló sin problemas la lectura al alba del pregón de Humberto Gonzali, escritor mierense que leyó en asturiano y castellano el homenaje a los pescadores fallecidos en el desempeño de sus labores. Acto seguido, el joven trompetista de la Banda de Música de Candás, Álvaro Artime Jiménez, interpretó el «toque de silencio» de forma impecable y, a continuación, el «toque de oración» ante la presencia de la escultura de La Marinera, obra de Antón, el año del centenario del nacimiento del artista local.

El fervor marinero de los candasinos pudo exhibirse una vez más a la hora de la procesión del Santísimo Cristo, fijada para las once y media de la mañana, pero que tuvo que retrasarse más de una hora a causa de la lluvia. «Con que deje de llover ya nos vale para sacar al Cristo», decían los cofrades encargados de alzar la imagen religiosa, «aunque el viento es aún más incordio que el agua», añadían. Del viento no se libraron, como tampoco lo hicieron los varios centenares de asistentes a la procesión, que recorrió las calles de la villa, y entre los que se echó en falta la presencia de algún representante del Gobierno regional, que fue invitado.

La jornada contó, además, con la presencia, aunque distante, del buque «Mahón» de la Armada española, gracias a la intervención de la Capitanía Marítima de Gijón, pero que debido a su tamaño, casi 50 metros de eslora, no pudo acceder al puerto de Candás. Desde la lejanía tuvo que escuchar la canción popular candasina que recuerda que «la gente ruega pero la ayuda la suerte niega, y el barquichuelo se hunde en la mar».