Durante muchos siglos, las callejas retorcidas de Candás fueron corredores para un nordeste helador de salmuera y ocle. Calles para subir y bajar carros de varas con redes apiladas de paño encascado, todas adornadas con aquellos hermosos abalorios: jaretas; boyas de cristal (verde o blanco) o de un corcho semejante a rosquillas o a bollas de maíz cocido; chombadas de plomo; nudos; cimuestras; lazadas... Plazas sí, para las riñas vecinales, la pesca cantada, el tipismo y la alegría. Sobre todo pedreras y caleyones de barrios pobres: la Cuesta, el Rincón, el Cueto, Santolaya... habitados por los gritos y la soledad de viudas y huérfanos de ahogados: madres que quedaban sin hijos, hogares deshechos, casas para nadie: sólo con las almas de los muertos y la palpitación constante de la mar.

A pesar de que pocos hubo mejor que los marineros candasinos, raza descalza de rostros sombreados por el viento y la mar, frente arrugada (con impresión de temporal), alzados en sus barcos sobre lo más alto de olas encrespadas, a pesar de todo eso y por eso mismo, este pueblo tuvo que pagar a lo largo de su historia un alto tributo en vidas y penalidades.

Aquí, en el «Brisas candasinas», chigre marinero situado a la subida de la atalaya de San Roque (a donde Elisa, la novia de José, subía a divisar los boniteros), espero a dos amigos: David Pérez Sierra y Joaquín Raimundo Rodríguez. Dos candasinos con pedigrí, con sangre y memoria marinera. Uno, David Pérez Sierra, estudioso de nuestra historia local, recopilador de miles de datos sobre Candás y su concejo, autor destacado de numerosas obras relacionadas con nuestras tradiciones marineras. Y otro, Joaquín Raimundo, concejal durante varias legislaturas de este Ayuntamiento, cofundador de la Cofradía del Alba, hijo del «Gordo» de Anacleta y nieto de Joaquín el «Cubano», el hermano de Marta la de la paxa, el pito siempre encendido y la voz sardinera. Llegan al fin, y Antonio Cuervo, patrón de costa del «Brisas», nos sube hasta la cofa para que hablemos con calma y tranquilidad.

Con voz grave, modulada, como salida de la sentina, Joaquín, mirando con profundidad, dice:

-En Candás somos muy amigos de fijarnos en las cosas para criticarlas: fuentes, edificios, calles, plazas..., pero lo más importante, lo que identifica especialmente a este pueblo, es su tradición marinera; tradición que poco a poco se está olvidando. Aquí todavía somos casi todos hijos y nietos de marineros, de mujeres conserveras o de la paxa, pero desgraciadamente decae nuestra memoria. Muchos jóvenes desconocen sus raíces, de dónde vienen, la lucha y los enormes sacrificios de sus antepasados, sobre todo los cientos de vidas que la mar fue cobrando. Muertos de la mar, de los vientos y las galernas. Muertos nuestros que nunca deberíamos olvidar y que recordamos especialmente una vez al año, cada 14 de enero, en una misa funeral.

David escucha. Él es el que mejor conoce la historia marinera de Candás, el nombre de sus barcos, de sus armadores y patrones, de sus maquinistas y marineros. El que mejor conoce las tragedias que rodearon la vida pescadora candasina, el que más horas ha empleado en recopilar las tradiciones y leyendas, lo escrito y dicho a lo largo de los siglos sobre este pueblo que lo vio nacer. Y desde su experiencia y edad, David habla:

-Fueron 96 pescadores de Candás los que perecieron en la mar el 26 de enero de 1840, ¡96 hombres!, que se dice pronto. Y 30 más el 17 de enero de 1877. Antes de esas fechas y después de ellas, fueron bajando al fondo de la mar cientos de marineros candasinos, algunos casi niños, muchos jóvenes, casados y solteros, y bastantes viejos que no tuvieron el derecho a morir en sus camas rodeados de los suyos después de una larga vida de trabajo, hambre y mil penurias.

Entonces -dice Joaquín- no había nadie que se hiciera eco de estas noticias. Sólo se conocían a nivel local. En la Cimadevilla de Gijón se recogía a muchos huérfanos y viudas de Candás, hasta el punto de que llegó a considerarse como uno de nuestros barrios. El año 1881 la Sociedad de Mareantes, en uno de sus primeros acuerdos, establece el 14 de enero como día señalado para recordar, en una misa funeral, a todos los náufragos candasinos. Antes, a esa misa acudía la mayor parte de las familias candasinas. Ahora, cada vez va menos gente. Candás no puede perder su memoria. Y no la perderá porque, a poco que escarbe en su corazón y en su alma, allí encontrará un marinero al que debe, de una forma u otra, su existencia.