Candás,

Braulio FERNÁNDEZ

«Tengo más clientes en el cielo que en la tierra», asegura no con tanto amargor como dulzura Nano Fernández, el gerente del restaurante más antiguo de Candás, El Cubano. Y lo dice porque se imponen dos realidades: que lleva mucho tiempo tras la barra, en la cocina, sirviendo mesas y echando sidra, nada más y nada menos que medio siglo; pero también porque por su casa han pasado prácticamente todos los lugareños alguna vez, hasta hacer del local un ejemplo viviente de lo que antaño eran los bares de marineros.

En la noche del lunes muchos de los amigos que ha hecho en el bar, y que aún están en disposición de atender una invitación, más de cien, le rindieron un merecido homenaje en el hotel El Piedra de Perlora, con motivo de su 65.º cumpleaños. «Tanto cariño me supera, es más de lo que merezco, pero me hace feliz ver que la gente me quiere», dice Fernández, aún emocionado por la fiesta sorpresa que le habían organizado.

Y aunque el protagonista es él, no deja de acordarse de los demás. «Vinieron hasta mis empleados», confiesa, ya que también mantiene una relación muy estrecha con sus trabajadores. «Soy soltero, así que son como mis hijos», señala. Es curioso el trato que tiene con ellos. «A los empleados siempre les digo que yo no los riño, que los educo, y ahora me han puesto en un placa que siga enseñándoles», relata con emoción.

Nano Fernández ha recibido estos años todo el cariño con la dificultad añadida de no ser de la tierra. «Vine a Candás a los quince años, de la mano de Alfredísimo el de los Helio, los helados, y dormí la primera noche en su casa», recuerda. «Por eso los Helio son como mi familia». Y nada más llegar ya comenzó a trabajar en el restaurante El Cubano, por aquel entonces, hace 50 años, regentado por el cubano que le dio nombre, de la Casa Emilio Cuba de Guimarán. El bar era, sin embargo, más antiguo que ambos, «de más de ochenta años, y casi cien, llamándose Casa Carretilla».

Tras diez años de empleado, y con la retirada del cubano, Fernández comenzó a regentar él mismo el restaurante. «Soy el chigrero más viejo del pueblo, y ahora miro hacia atrás y creo que El Cubano ha sido una institución en Candás, una universidad de camareros, además, de donde han salido eminencias», asegura. El secreto de su éxito, «hacer del calor humano el detalle más importante del bar, ya vengan los clientes con perres o sin elles, de aquí no se marcha nadie sin comer», dice. Y eso es porque «soy más de asilo que de misa, aunque me considero creyente».

Especialmente conocido ha sido El Cubano por su ambiente marinero. «Siempre ha estado lleno de marineros, de lunes a domingo, desde cuando yo llegué, y la botella de sidra estaba a cuatro pesetas, hasta hoy». «Los marineros venían porque era costumbre, los domingos traían la merienda de casa, y había unos cantares espectaculares», recuerda; pero al final también se acuerda de su familia, «que dejaron las vacas en mi Coladilla (León) natal para venir a ayudarme», y especialmente de su hermano Isidoro, «el mejor socio que pude haber tenido», y del que asegura nunca se separará. Es de lo que mejor sabe hablar Nano Fernández, de calor humano.