Fueron tiempos de angustia cuando veíamos que la colegiata se arrodillaba con los días. Tejas rotas, goteras, maderas podridas, vigas que cedían, piedras que ennegrecían y sobre todo la desidia de muchos vecinos y, de manera notoria, de las autoridades. Todos se lavaban las manos con informes que no iban a ninguna parte o mirando hacia el tejo, el crucero o de frente hacia Sobia con tal de no ver el espectáculo que mostraba el noble templo. Mil años de existencia y de historia y en unos meses lo que fuera la casa de todos, cargada de recuerdos, iba a desmoronarse como les ocurrió a los castillos de Miranda, Alesga o al palacio del marqués de Valdecarzana (asunto para la vergüenza ajena). Un movimiento popular, recogida de firmas, denuncias de arqueólogos extranjeros, pintadas por todas partes y la voz firme y mesurada del Rey Gaspar hicieron que un arca con medio millón de euros llegara para su restauración. Por cierto, ¿quién es el propietario? Hay algunas sombras, pero «Fiat lux». En Haití hay muchos templos humanos de rodillas.