Candás,

Mónica G. SALAS

No hay candasín que no conozca el sonido de su acordeón. Desde el balcón de su casa, con la ventana siempre abierta, Víctor Iglesias, de 80 años, regala todos los días a sus vecinos música y sentimiento. Un paseo por el puerto de Candás puede llegar a ser muy diferente gracias a sus notas musicales. Sus tangos suscitan pasión, y sus valses, paz y belleza. Y sin falta de profundizar en más sentimientos, todos por igual aportan vida. Aun siendo uno de los instrumentos más difíciles de tocar, Víctor Iglesias desliza sus dedos con total ligereza y rapidez al mismo tiempo que marca el ritmo con su pie derecho y su mente queda en blanco, perdida en el tiempo y en el espacio. «No pienso en nada; sólo estoy concentrado en las teclas de mi acordeón», dice el candasín.

Aunque a Iglesias siempre le gustó la música, lo cierto es que nunca pudo dedicarse a ello por completo. «Trabajaba en el campo y no tenía ni tiempo ni dinero como para preocuparme por ello», manifiesta. Aun así, nunca dejó aparcado su acordeón. «Tocaba cuando podía y acudía a alguna clase para aprender», afirma. Además, «siempre compraba a algún libro de música para leer», añade.

Su llegada a la villa marinera se produjo en los años sesenta. Porque aunque parezca más candasín que otra cosa, Víctor Iglesias es natural de Gijón. Cansado de una vida dedicada a la agricultura y la ganadería, decidió emprender una nueva etapa como hostelero en el famoso restaurante Casa Pano, en Candás. «Vendíamos sardinas todos los días; llegué a tener que ir a buscarlas a Lastres, porque en aquella época todo el mundo quería degustarlas», comenta. Durante ese tiempo, el candasín continuó tocando el acordeón. Y cada vez con más partituras y libros de música a su alrededor.

Desde su jubilación, el acordeón se ha convertido en el centro de su vida. Toca casi todos los días. Y lo hace siempre con la ventana abierta, para animar las mañanas a sus vecinos. «Yo interpreto canciones para que el público las oiga; no sólo para mí», expresa. Un público, por cierto, es muy variopinto. Lo mismo se puede ver a niños bailando debajo de su casa durante el verano que a matrimonios sentados en un banco desde el que ven romper las olas del mar. Es ese banco precisamente un lugar mágico en Candás. Que parece haber sido colocado de forma estratégica para disfrutar de su acordeón.

Más de uno, y no sólo de Candás, ha quedado prendado de su música. Sin ir más lejos, Víctor Iglesias recuerda a un madrileño que durante su estancia en la villa marinera, hace cuatro años, bajaba todos los días a escucharlo. «Un día me dijo: ¿no tienes ninguna partitura de Carlos Gardel?», relata. A los cuatro meses, el madrileño sorprendió a Iglesias con sesenta partituras del famoso cantante argentino. Algo que el acordeonista candasín seguro que nunca olvidará. «Ahora tengo partituras como para estar tocando a Gardel hasta que me muera», bromea.

Su primer acordeón lo tuvo con tan sólo 12 años. Se trataba de uno de tipo cromático, es decir, «en vez de teclas, sólo tenía botones», aclara. Pero como era muy pequeño y de cartón, Iglesias lo sustituyó por otro mayor. En total, por sus manos han pasado más de ocho acordeones hasta llegar al actual, un Sonola de color negro, con adornos brillantes. No obstante, «la música es la misma, porque el do es siempre do; lo único que cambia de utilizar un instrumento u otro es el sonido», asegura.

Pero el acordeón no lo toca cualquiera. Es uno de los instrumentos más complejos, tal como reconoce el propio Iglesias, ya que hay que atender nada más y nada menos que «a cuatro cosas a la vez». Además, toda partitura para el acordeón tiene dos pentagramas. Uno para la mano derecha, que se encarga de las teclas, y otra para la izquierda con los bajos. Así, «cuando tocas el acordeón, primero tienes que atender al canto con las teclas, luego al bajo, que son los botones, a los dos pentagramas y finalmente, al fuelle», dice. A pesar de haber soltado toda esta explicación de carrerilla y de tocar el acordeón como nadie en el concejo, Víctor Iglesias no se considera un artista. «Yo no sé solfeo, por eso digo siempre que yo no soy un artista; sólo me defiendo», declara.

Y ¿por qué el acordeón y no otro instrumento? «Porque desde pequeños me conquistó; tiene un sonido que destaca más que cualquier otro», sostiene. Aunque llegó a probar también la guitarra y el violín, Iglesias siempre tuvo claro que lo suyo era el acordeón. «Reconozco que el violín, por ejemplo, tiene un sonido muy bonito, pero no me gusta tocarlo».

Y así es como Víctor Iglesias ha llegado hasta aquí. Siempre con su acordeón en la mano y transmitiendo alegría a todo aquel que pasee por el muelle. Si le preguntan cuál es su canción preferida, él responderá con música. Y luego les dirá: «Es un vals, que se titula "Sobre las olas"». Así, sin falta de escuchar la pieza, seguro que muchos son capaces de recrearla en sus mentes.