Piedeloro, Mónica G. SALAS

¿Por qué no explotar lo únicamente hecho en Asturias y Carreño? Eso es lo que debió preguntarse el langreano Julio César Zapico, residente en Piedeloro, cuando decidió, motivado por las crisis económica, sustituir los muebles a medida por lo típicamente asturiano. «Hacer una mesa que la pueden fabricar en Taiwán y que la venden los grandes almacenes no sirve de nada, porque no podemos hacerles competencia, así que por eso decidí tirarme a hacer algo distinto, propio de Asturias y de Carreño», explica este ebanista de 38 años, licenciado en Historia, pero un enamorado, desde su infancia, de la carpintería. De hecho, uno de sus primeros regalos fue un maletín con serrucho, escuadra, flexómetro y demás herramientas, recuerda Zapico. Sin embargo, su vida tomó un rumbo diferente al comenzar a estudiar Historia. Aún así, durante esos años siguió en contacto con la madera e incluso llegó a escribir un libro sobre arquitectura popular.

Tras licenciarse y al ver que no encontraba trabajo en lo suyo, Julio César Zapico decidió probar suerte en el mundo de la carpintería artesanal y se apuntó a un curso. Y así es como comenzó su aventura en la ebanistería. Desde entonces, se ha dedicado a hacer todo tipo de muebles asturianos, pero siempre con un toque carreñense.

Así, hace las arcas típicas del concejo, decoradas con motivos geométricos y pétalos, y que antiguamente se utilizaban para meter las escrituras, la ropa y todos aquellos objetos preciados. «Antes era tradición regalarle siempre a la novia que se iba a casar un arca decorada y en la que aparecía dibujada, de forma esquemática, la mujer», comenta Zapico. Sin embargo, hoy se emplea más como objeto decorativo que para otra cosa.

Aparte de arcas carreñenses, Julio César Zapico también fabrica maseras, unas estructuras que antes se utilizaban para amasar el pan, así como sillones, armarios, cabeceros de cama asturianos y todo tipo de instalaciones comerciales rústicas. Pero la auténtica pasión de Zapico son los hórreos. «Llevan mucho trabajo, pero es muy entretenido, sobre todo, encajar las piezas, ya que los hórreos no llevan ni un sólo clavo», explica. Para su construcción, Zapico corta la madera en láminas planas, para, a continuación, cepillarlas de manera que quede una superficie plana, aunque en los hórreos muchas veces se dejan sin cepillar, porque permite una mayor tolerancia que otras construcciones de madera. Luego, ya se elaboran las piezas ensambladas y sus correspondientes decoraciones. Por último, se lija todo y se le da el acabado, con barnices al agua o se evapora con nogalina. «Lleva casi dos meses de dedicación completa, aunque también depende del tamaño del hórreo, por ejemplo, ahora hago muchos pequeños para decorar el jardín», sentencia.

El protagonista de sus construcciones no es otro que la madera, normalmente de castaño o de pino del Norte. En este punto, Zapico manifiesta que en Asturias se cuida muy poco la madera, sobre todo, la de castaño. «Para que sea buena tiene que recibir durante su vida dos o tres podas y aquí eso no se hace, y por eso ahora se está comprando tanto castaño de Francia», declara. No obstante, Zapico apuesta por la madera asturiana: «Está a un precio muy elevado para lo que es, pero yo prefiero la de aquí, ya que en la imperfección también está la atracción».