Candás, Mónica G. SALAS

«Fui una esclava del trabajo. Tenía que ir hasta Avilés a comprar el pescado y luego repartirlo por todo el concejo. Así que ahora, aquí sentada me siento como una señora». Acomodada en el sillón de su casa y con la mirada puesta en el Candás de antes, Dionisia Cuervo, de 94 años, comienza con estas palabras y con ayuda de su hija Mary Luz a relatar su historia como última mujer de la paxa en la villa. Es la única que queda viva de las sardineras que a diario recorrían Carreño y los pueblos limítrofes llevando sobre sus cabezas las paxas -una especie de cesta plana- repletas de pescado.

Su infancia y juventud no fueron fáciles. Con tan sólo ocho años Dionisia Cuervo ya comenzó a trabajar en la fábrica de conservas Herrero, donde se dedicaba a lavar y extirpar el pescado desde primera hora de la mañana hasta las cinco de la tarde. «Mi padre era marinero y pasaba muchos meses en la mar, así que mis hermanos y yo teníamos que sacar adelante a la familia», explica. Después de su etapa en la fábrica Herrero, Dionisia Cuervo pasó a trabajar en Ojeda y más tarde, en la de Bravo, en Avilés, ya que cuando comenzó la Guerra Civil Española, su familia abandonó Candás y se instaló en la ciudad. Pero no por mucho tiempo. Al término del conflicto regresaron a la villa marinera y Dionisia heredó la profesión de su madre, convirtiéndose así en una de las mujeres de la paxa.

Con una cesta en la cabeza, cargada de pescado fresco y con un caldero en la mano en el que llevaba una balanza, Dionisia Cuervo comenzaba a las siete de la mañana su recorrido habitual por el concejo. Partía de Candás hacia Albandi, donde estaban sus «veceres» -clientas fijas- a las que ofrecía el pescado. «Llevaba 40 ó 50 kilos en la cabeza, pero ya estaba acostumbrada al peso», asegura. Tras vender todo su pescado, Dionisia regresaba a casa a comer para marchar ya a las cuatro de la tarde en el Carreño -el tren- rumbo a Avilés, donde compraba el pescado que al día siguiente repartiría por todo el concejo.

Pero si Dionisia y el resto de sardineras candasinas de su generación pasaron años difíciles, peor aún lo tuvieron las de la generación anterior, las primeras mujeres de la paxa, que salían del muelle de Candás para vender el pescado al amanecer en la Plaza del Fontán en Oviedo. Caminaban durante toda la noche siguiendo el Camino Real, que unía la villa marinera con la capital de Asturias. Hoy en día, la ruta que hacían todos los días las sardineras candasinas lleva por nombre Camín de la Muyeres de la Paxa en su honor.

Estas mujeres iban ataviadas con las faldas y mantas negras de la época. «Llevaban una falda muy larga, que les llegaba hasta los tobillos», dice Cuervo, quien recuerda a su madre siempre vestida de negro, ya que en aquellos tiempos si fallecía algún familiar se vestían de luto ya para toda la vida.

Sin embargo, con el paso del tiempo, esta tradición fue a menos y las mujeres de la paxa de la generación de Dionisia ya iban sólo con un mandil. Pero eso sí, «precioso y con bolsos de faltriquera para guardar las perres», tal y como señala Cuervo, quien anunciaba su presencia llamando a sus «veceres» por su nombre, en vez de con el cantar que utilizaban antiguamente: «¡Que reblinquen!, andái que les acabo, tomái sardines».

Esos cánticos y lo que fueron las mujeres de la paxa para Candás aún están grabados en la mente de la protagonista de esta historia: Dionisia Cuervo. Pero también en la de todos los candasinos, conscientes de que de la mar no sólo vivieron hombres, sino también muchas mujeres, ahora heroínas de este pueblo.