Pola de Siero,

Manuel NOVAL MORO

«Mucha lluvia y poco dinero». Estas palabras de Charo Peón, vendedora de excedentes de la huerta en los aleros de la plaza cubierta de Pola de Siero, resumen a la perfección el momento por el que está pasando la feria de los martes en la localidad. A los males que arrastra desde hace años la economía, que parecen no tener fin y que se siguen notando en la caída de las ventas, se ha sumado el del mal tiempo, una lluvia que lleva cayendo con saña varios meses y que afecta a unos puestos que en su mayoría están situados en la calle.

El mal tiempo afecta especialmente a quienes venden plantas. Lo explicaba Manuel García, vecino de Pañeda Nueva, que tiene con su mujer, María Luisa García, un puesto de venta de excedentes. «El mal tiempo se nota muchísimo; en Semana Santa esto siempre estaba hasta arriba porque la gente aprovecha estas fechas para plantar, pero ahora está la tierra empapada, no se puede trabajar, y casi nadie compra plantas».

Según Manuel García, si la Semana Santa coincidía con la luna en cuarto menguante, que beneficia a las plantas, «esto era una romería, estaba lleno; pero ahora hace mal tiempo y encima se nos junta con la crisis». Según asegura, ya se notaba antes de que cayeran las lluvias porque «la gente gasta mucho menos».

Charo Peón, vecina de Pola de Siero con una huerta en Parres, se ve en la misma tesitura. «Se nota muchísimo en la venta de las plantas porque la tierra está encharcada; entre el clima, que no apoya mucho, y la crisis, se nota en las ventas». Por otra parte, el mal tiempo, a juicio de Charo Peón, influye también en la propia asistencia al mercado. «Mucha es gente jubilada y el agua y el frío les echa para atrás, prefieren quedarse en casa», asegura.

El agua es un perjuicio para las ventas y también para la propia cosecha, explica Charo Peón. «Por ejemplo, la patata ya tendría que estar toda plantada y, sin embargo, apenas se planta; el problema es que se retrasa y la patata no crece como tendría que crecer».

Otro tipo de comerciantes, los vendedores de fruta ubicados actualmente, de forma provisional, en la plaza Cabo Noval, sufren las consecuencias de la crisis y del mal tiempo quizá con más virulencia. Sobre todo porque los puestos de la plaza cubierta tienen la ventaja de estar cobijados bajo los aleros y es muy habitual que en los días de lluvia la gente se dé un paseo tranquilamente bajo la seguridad del techo de la plaza. Esto no ocurre en la plaza Cabo Noval, donde los puestos están protegidos con toldos y el resto del espacio está al aire libre. Resulta más incómodo para el comprador.

«Con esta lluvia no se venden ni el producto ni la planta; se acerca mucho menos gente a los puestos, con este tiempo no hay manera de que el mercado espabile». Son palabras de Ángel Rodríguez, vendedor de La Felguera, quien, además, es el presidente de la Asociación de Vendedores Ambulantes.

El mal tiempo y la crisis son, también a su juicio, los causantes de la caída de las ventas en una localidad que siempre se ha caracterizado por mucha afluencia de gente y por unas ventas muy sustanciosas. Otro problema añadido que tienen los vendedores del mercado de la fruta es la ubicación. En los últimos tiempos los han reubicado en varias ocasiones y han solicitado reiteradamente un lugar fijo. Ahora lo van a tener en la avenida Ildefonso Sánchez del Río, una vez que sea peatonalizada.

Cuestión aparte es la del mercadillo del barrio de La Isla. En él se venden, sobre todo, prendas de ropa y los responsables de los puestos no ven el futuro de forma muy halagüeña. Esa es la opinión de Paco Hernández, que tiene un puesto de ropa a la entrada del mercado desde el año 1991 y que nunca como ahora había visto decaer tanto la venta. «El mal tiempo influye mucho, no sólo porque viene menos gente; el problema es que deberíamos estar vendiendo ahora ropa de primavera, pero la gente está aguantando con la de invierno», asegura.

No obstante, dice que «antes se vendía igual hiciera o no buen tiempo; también hay que echarle la culpa a la crisis, se está notando que la gente no gasta». Entonces, «se junta el hambre con la gana de comer».

Así están los comerciantes en la Pola, esperando a que el clima les conceda una tregua, y también a expensas de que la economía mejore y la gente vuelva a echarse a la calle a comprar.