Candás, Mónica G. SALAS

Rostros colmados de expectación, emoción y pasión, agolpados en la plaza del Paseín de Candás, junto al viejo Ayuntamiento, redescubrieron ayer, en medio de un riguroso silencio, a la Virgen del Rosario, al igual que ya lo hicieron sus antepasados desde 1899, en el acto más tradicional y multitudinario de la Semana Santa candasina: la procesión del Encuentro. En medio de un espléndido sol, que no quiso perderse tampoco el acto, el velo a la patrona de los marineros fue retirado a la primera, pero a destiempo y con dificultades para su enganche. De cualquier forma, y según anuncia la tradición, se augura un buen año de pesca en la villa marinera.

La procesión del Santísimo Sacramento salió bajo palio poco antes del mediodía de la iglesia parroquial de San Félix en dirección al viejo Ayuntamiento, convertido en escenario de una marea de sentimiento. Al mismo tiempo y desde el puerto, donde la imagen aguardó durante toda la noche arropada por los integrantes de la nueva cofradía de Nuestra Señora del Rosario, partió la Virgen, con el rostro oculto bajo un velo negro, al encuentro de su Hijo Resucitado.

Tras tres reverencias ante el Santísimo Cristo, la Virgen, portada por sus marineros, se acercó de forma brusca al palio, donde se le retiró triunfante el velo con una larga pértiga, pero no sin antes haberse efectuado varios intentos fallidos de agarrarlo. Así, el rebozo en vez de ser quitado antes de la inclinación de la imagen, que sería lo correcto, se hizo en el último momento. Pero eso sí, limpiamente y a la primera. En ese mismo momento se desprendió la bandera de España y sonó el himno nacional, que interpretó, como siempre, la Banda de Música de Candás, rompiendo un silencio casi interminable y plagado de emoción. Según cuenta la tradición, si el velo a la Virgen es retirado sin tropiezos, como en esta ocasión, se interpreta como una señal de éxito en la pesca y un buen presagio para el pueblo candasín.

Tras el himno, la Virgen se situó frente al mural de la salve, pintado por el artista candasín Alfredo Menéndez, sobre el cual estaba el coro, que entonó, al igual que en el Sábado Santo, la Salve marinera, que originó un nuevo silencio en la villa. Esta canción fue interpretada por primera vez en 1899 por un centenar de voces que convirtieron el viejo himno de la Armada española en seña de identidad de los actos religiosos de Candás. La Salve es un canto a la Virgen, que aparece en la letra como «Estrella de los mares».

Al finalizar el acto, la procesión se dirigió ya a la iglesia de San Félix, adonde regresaron la Virgen y el Santísimo Cristo, seguidos de la Banda de Música, para la celebración de la santa misa de Pascua. Con el oficio se cerró ayer la programación de actos de la Semana Santa candasina, que pese al mal tiempo de los primeros días fue seguida por miles de devotos.

Candás, Mónica G. SALAS

Son las dos de la madrugada. En el muelle candasín luce con letras doradas «Ave María». Allí, en el interior de uno de los locales de la Cofradía de Pescadores, aguarda la Virgen del Rosario, arropada por flores, velas y, sobre todo, mucho amor candasín. Una decena de personas, entre ellas, las mujeres de la nueva Cofradía de Nuestra Señora del Rosario, contemplan con gran expectación la belleza de una Virgen a la que tantas veces han llorado sus padres, abuelos y bisabuelos.

Desde las diez de la noche de anteayer, momento en el que la protagonista de los pasos de Sábado Santo fue trasladada desde la iglesia parroquial al puerto de Candás, y hasta las once y media de la mañana de ayer, en el que la patrona de los marineros partió al encuentro de su Hijo Resucitado, hombres y mujeres permanecieron a su lado infatigablemente. Algunas, como las integrantes de la junta directiva de la Cofradía, se turnaban cada dos horas, con el propósito de, entre todas, dar abrigo a la Virgen durante toda la noche. Pero lo cierto es que a lo largo de estos últimos años, la imagen del Rosario nunca ha estado sola. Dos hombres se han encargado, desde hace más de veinticinco años, de su cuidado. Son los candasinos Jovino Fernández y José Ramón Rodríguez. Ambos velan a la Virgen por tradición familiar: «Ya lo hacía mi padre y ahora continúo yo. Y aunque canse, aquí sigo toda la noche», manifiesta Jovino Fernández, que ni por esas se pierde la procesión del Encuentro. «Es algo sagrado para mí, al igual que el canto de la Salve», añade. Y lo mismo para su compañero José Ramón Rodríguez, que lleva 35 años acompañando a la imagen en el puerto candasín. Son los eternos guardianes de la Virgen del Rosario.