Carlos Prendes Viña es un luchador. Y no lo dice él, sino su historia. Este candasín, que en 1968 se convirtió en el primer olímpico de Carreño, es protagonista de un relato conmovedor. «El deporte me dio la vida», asegura después de recordar, con sosiego y sin perder la sonrisa, los tres meses a los que tuvo que hacer frente desde la UVI, en una cama repleta «de tubos» y de la que ansiaba levantarse cada día con las zapatillas de correr en la mano. «Hace dos años se me rompió el esófago y los médicos le dijeron a mi familia que no se hiciera ilusiones, que sería difícil», cuenta. Sin embargo, este hombre de fuerza inquebrantable confiesa. «Yo nunca me vi muerto. Siempre fui optimista y sabía que algún día saldría de allí», apunta. Y ese día llegó, «gracias al deporte», insiste. Por eso «seguiré haciéndolo; nunca encendí un cigarrillo ni bebí y eso me ha ayudado a ser una persona sana y fuerte».

Y así, a sus 73 años, Carlos Prendes Viña sigue imparable, corriendo sobre el asfalto y gastando la suela de aquellas zapatillas que nunca pensó dejar en la habitación de un hospital. Corre por Candás, su villa natal, pero también por el resto de la región. Y es que a este atleta no le paran los pies ni sus propios hijos. Sigue compitiendo y lo que es más, ganando. Sin ir más lejos, el mes pasado quedó campeón de Asturias de veteranos de peso, disco y 100 y 200 metros lisos. «En casa me dicen: "Carlos, no fuerces tanto", pero yo soy feliz así; necesito hacer deporte», afirma. Quizá porque, como él repite una y otra vez, le dio la vida.

Pero le dio la vida no sólo en un momento difícil, sino en todos, ya que su historia no tendría sentido si no se hablara del fútbol, del balonmano, del piragüismo y del atletismo. Porque sí, Carlos Prendes fue portero de fútbol y de balonmano, palista de k-4 y ahora un infatigable corredor. Aun así fue el piragüismo el deporte estrella. O, al menos, el que más satisfacciones y triunfos le dio en la vida.

Hermano de Amando Prendes, el que fuera fundador ya fallecido del Club Los Gorilas, fue olímpico en 1968. Y además, el primero que tuvo Carreño, pero que representó curiosamente a México, en vez de a España. Todo por amor. Allí, al otro lado del charco, vivía con su mujer Rocío, mexicana de nacimiento, aunque con raíces carreñenses. Y fue en Candás, donde precisamente se conocieron. «Fue un flechazo. Nos conocimos en verano y ya al siguiente nos casamos», cuenta, todavía con los ojos brillantes y orgulloso de poder decir: «Llevamos casados 50 años».

Fue así como este candasín se fue a vivir a México, donde continuó con su pasión: el deporte. Y más concretamente, con el piragüismo. «Trabaja doce horas diarias, porque de aquella ya tenía hijos también, así que tenía que ir a entrenar antes, a las seis de la madrugada», sostiene. Le supuso, por tanto, mucho sacrificio lograr quedar seleccionado entre los ocho mejores de México para la Olimpiada. Pero puede presumir de haberlo conseguido. Y todo gracias a su esfuerzo, pero también a su competitividad. «Yo siempre fui muy terco y si alguien hacía una cosa, yo tenía que hacerlo mejor todavía. Solía decir a la gente: "Yo muero, pero después de la meta"», dice riéndose.

En México también le costó lo suyo hacerse un hueco entre los deportistas, porque era «el españolito y me hacían muchas faenas», afirma. No obstante, la experiencia de los Juegos Olímpicos de 1968 fue «algo increíble». Sin duda, «la mejor experiencia que tuve como deportista. El desfile con todos los países por la pista fue lo máximo», cuenta. Que, por cierto, aunque fuese representando a México, a Carlos Prendes no se le olvidó sus raíces españolas. «Vi a los compañeros con las banderas y entonces les pedí una. Y al final desfilé con México, pero con la bandera de mi país», sostiene.

Aunque en esa aventura no ganó ninguna medalla, Carlos Prendes considera que los premios es lo de menos. «Tengo cajas en casa llenas de trofeos, que, al final, no sirven para nada. Lo más importante es la experiencia, que te queda grabada para siempre», opina. Aun así, este candasín participó en muchos otros campeonatos, como el del mundo de 1966, celebrado en Berlín y donde se llevó medalla de oro en k-4 y el Campeonato Panamericano en 1967, en Canadá

Durante ese tiempo, lejos de su patria, Carlos Prendes asegura que soñaba con la Peña Furada, el Paseín y La Baragaña de Candás. Porque aparte del deporte, su otra pasión es la villa marinera. «Pasé una infancia muy guapa. Tengo recuerdos muy buenos de mi pueblo», dice. No obstante, Prendes es un «crítico positivo». «Sufro por Candás. Veo muchas cosas que se podían hacer mejor. Cada poco llamo al Ayuntamiento», concluye entre risas.