Dice José Enrique Rodríguez Cal, más conocido como Dacal, que «me prestó por el alma» la primera vez que vio a la entrada de Candás su nombre reflejado en un cartel. «Lo recuerdo perfectamente. Iba con mi mujer en el coche y, de repente, vimos ese letrero. Fue todo un orgullo para mí», explica. Esa placa de la que habla Dacal no es otra que la de «Villa de olímpicos». Y es que, aunque su apodo no sea el protagonista de la señal, Dacal puede decir: «Yo estoy incluido ahí». Este ex boxeador, de 61 años, que desarrolló su carrera deportiva en la Atlética Avilesina, fue olímpico por partida doble, llegando incluso a ganar una medalla de bronce en los Juegos de Munich de 1972 y a ser abanderado del equipo español cuatro años más tarde en Montreal. Todo un genio del ring, que, aunque con vida en Llaranes, nació en Candás el 17 de noviembre de 1951, en una casa próxima a la plaza de La Baragaña.

En ese mismo escenario, y tras conseguir su medalla de oro en los Juegos del Mediterráneo, Dacal posaba hace casi 40 años ante una cámara de televisión con el objetivo de desvelarles a los espectadores cómo había sido su historia. Una vida entregada al deporte, pero, sobre todo, a su familia, que comenzó, precisamente, en la villa marinera. Y así lo relataba: «Soy Enrique Rodríguez Cal. Hace 23 años que nací en esta casa de Candás y aquí estuve viviendo hasta los siete años». A esa edad, Dacal se mudó a Llaranes, donde empezó, a los 13 años, en el mundo boxeo. Y todo gracias a su hermano mayor, ya fallecido, «Dacal I», como él lo llama.

Bajo el nombre de Dacal II, el deportista candasín aparece inmortalizado en una placa en Llaranes. Pero esta vez sí es su nombre, escrito en letras doradas, el que figura sobre la fachada del Colegio Apolinar García Hevia. Un pequeño homenaje que el pueblo donde vive desde hace más de 30 años le brindó como reconocimiento a su carrera deportiva. Y es que Dacal, entre 1971 y 1975, lo ganó todo. Fue medalla de oro en los Juegos del Mediterráneo en dos ocasiones, medalla de bronce y de plata en los Campeonatos de Europa, campeón de España, nombrado mejor deportista asturiano... Pero, ante todo, destaca su título como olímpico. «Fue, sin duda, mi mejor experiencia deportiva», afirma con rotundidad. Y más aún, dice, «cuando ganas una medalla, que era algo impensable en ese momento para mí», añade.

Esa medalla, en categoría mini mosca, fue, además, la única que pudo saborear España en los Juegos Olímpicos de Munich de 1972 y la que le catapultó definitivamente a la fama. «Significó muchísimo para mí. Es el sueño por el que lucha cualquier deportista», apunta. Pero, más allá de esa satisfacción personal, la medalla olímpica fue para Dacal la llave que le abrió la puerta de las oportunidades. «Ese galardón me puso a vivir. Estaba recién casado y gracias a él me pude comprar un piso», declara. No obstante, también recuerda con especial cariño su experiencia como abanderado del equipo español en los Juegos de Montreal de 1976. «Fue algo increíble», manifiesta.

A pesar de su envidiable palmarés deportivo, Dacal nunca dejó de trabajar. Siguió los pasos de su padre en Ensidesa y antes de llegar a ser abanderado del equipo español ya estaba trabajando. Siempre con el objetivo de sacar adelante a su familia. «Tenía claro que había que buscar un empleo porque del boxeo no se podía vivir», explica. Aún así, nunca dejó el deporte. Es más, dice que es lo mejor que le ha podido pasar en la vida. «Me siento muy agradecido por ello y no sólo por los triunfos que he conseguido, sino también porque me siento sano», añade.

Y del boxeo al atletismo. Por Llaranes sale todos los días para completar un recorrido de siete u ocho kilómetros. De hecho, participa en muchas medias maratones. Pero si hay algo, aparte del atletismo, que le reconforta ahora son sus cinco nietos. Cuando está con ellos deja de ser Dacal para convertirse en «Tito». Porque es así como le llaman los pequeños. Y, por supuesto, presume de ello. «Me considero un buen abuelo. Siempre me han visto con mis nietos en el parque y soy abuelo de llevarlos a la cama y contarles cuentos». Pero, aparte de un súper abuelo, debajo de esa fachada de hombre musculoso y de pasado glorioso, está una persona noble. «Me da mucha vergüenza cuando alguien me ve y le dice a otro: "¿No conoces a este? Es Dacal, el olímpico"», explica. El candasín prefiere pasar desapercibido, pero al mismo tiempo aprecia sentirse querido y que su gente le llame «Dacalín». «Yo creo que sí, que Candás, Avilés y Asturias, en general, me quieren. Y estoy orgulloso», concluye.