El gijonés Francisco Zapico es una de esas personas que llegaron a Candás con la cartera de trabajo en la mano y que terminó, sin embargo, sustituyéndolo por unas maletas e instalándose en la villa marinera. Desembarcó en un concejo extraño, recién llegado de la gran ciudad, con la única meta de emprender una nueva etapa laboral en el Museo Antón. Pero lo que iba a ser algo transitorio se convirtió en definitivo y hoy Candás es, desde hace ya más de 24 años, su pueblo, su familia y, en definitiva, su vida. «No voy a decir que me moriré aquí, pero desde luego que no me pienso mover de Carreño». Y lo dice cuando ya no tiene nada que lo ate a la villa marinera, más allá de la pura afectividad, ya que su relación con el centro escultórico es ahora muy distinta a la de hace unos años.

Siendo hoy en día crítico de arte y miembro del patronato de la Fundación Museo Evaristo Valle, Francisco Zapico recaló en el Museo Antón y en el mundo del arte, en general, por pura casualidad. Estuvo cerca de catorce años viviendo en Madrid, adonde fue con la idea de estudiar Ingeniería Aeronáutica, pero quedándole poco más de un año para finalizar sus estudios descubrió que lo suyo era más la arquitectura. Y no conforme estudió también Ingeniería Industrial y Filosofía. «Yo era un tipo muy estudioso, lo que pasa es que nunca conseguí acabar ninguna de estas carreras», dice, entre risas.

Y así como en los estudios, sin ni siquiera planteárselo, acabó en Candás rodeado de cuadros y esculturas. En el Museo Antón trabajó durante casi una década, siendo además uno de los artífices de su puesta de largo el 13 de julio de 1989. Zapico, junto a Emilio Marcos, el que fuera durante más de treinta años director del Museo de Bellas Artes de Asturias, y Guillermo Basagoiti, director de la Fundación Evaristo Valle, lideró la puesta en marcha del centro, dedicado a la figura del escultor candasín Antonio Rodríguez García. «Fue sin duda una de las experiencias más gratas que me ha dado la vida, algo muy esencial para mí, a pesar de los momentos de dureza por los que he tenido que atravesar también», destaca.

El Museo Antón marcó para siempre a Zapico. Y no sólo en lo referente a Candás, sino también porque gracias al centro este especialista en arte conoció a los grandes de la escultura asturiana, de los cuales aprendió muchas cosas. «Para mí todos los artistas que he estudiado han sido importantes, pero si tuviera que nombrar a unos pocos me decantaría por Amador Rodríguez, Joaquín Rubio Camín y José Luis Posada. En cuanto a los más jóvenes, Pablo Maojo y Javier del Río», expresa.

Sin olvidarse, por supuesto, de Nicanor Piñole, Evaristo Valle y José Manuel Navascués, artistas que curiosamente guardan también una conexión con Carreño, ya conocida en el caso de Piñole, pero no tanto en las otras dos figuras. «En su autobiografía Evaristo Valle dedica un capítulo entero a relatar cómo él vivía las fiestas del Cristo de Candás, mientras que Navascués fue una persona muy vinculada al hotel Marsol, que había sido decorado por su íntimo amigo Chus Quirós», explica. Con todo ello parece que a Francisco Zapico la vida ya le había reservado un sitio en Candás. De cualquier forma, «yo siempre digo que ha creado candasinos», apunta. Y entre ellos, está claro, el propio Zapico.

Francisco Zapico dirige ahora una editorial en Madrid, sin dejar de lado, por su puesto, la escultura y la pintura.

Para este candasín de adopción el arte es todo en su vida. «No soy un artista, ya que escribo ensayos y biografías, pero creo que el arte es un elemento esencial, pero que no se debe confundir nunca con la vida misma. Es una manera de mirar la realidad y, además, es una mirada generosa, porque te devuelve todo», sostiene.

Y al igual que el arte es su vida, Candás también lo es. Por la villa le encanta tomar unos vinitos y pasear con sus perros. Y es que Zapico es un enamorado de los canes. Y más concretamente de los fox terrier. Siempre tuvo un perro de esta raza e incluso antes de tener hijos. Quizá por ser uno de los personajes de las aventuras de Tintín. «Antes me llamaban el del museo, pero ahora el de los perros», afirma. Con ellos va todos los días hasta su rincón preferido: «Un banco que está al lado del faro de Candás, en el Cabo San Antonio». Allí lee, respira aire fresco, observa y piensa. Incluso puede llegar a divisar una parte de su Gijón natal. Pero como dice el propio Zapico: «Me he acostumbrado a la velocidad de Candás», y ahora donde se encontraría extraño sería paradójicamente en esa gran ciudad.